martes, 23 de agosto de 2011

¿Quién es el más importante? Un día de adoración


Publicamos la crónica del sábado 20 de agosto de la participación zamorana en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), firmada por el delegado diocesano de Medios de Comunicación Social, Luis Santamaría.

Zamora, 23/08/11. Hace dos días que ha terminado la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), y con el retraso debido a la intensidad del final del acontecimiento y al viaje de vuelta a nuestra tierra, retomo la labor de cronista. El sábado amaneció igual que los días anteriores, con la oración y el desayuno, y con la preparación de las cosas que nos harían falta para llevar al Aeródromo de Cuatro Vientos.

La cita más importante de la mañana para nuestro grupo fue el encuentro de oración por las vocaciones en el Seminario de Madrid, pero algunos nos descolgamos antes para otras actividades. Los más madrugadores fueron los zamoranos que tuvieron la suerte de participar en la eucaristía que presidió Benedicto XVI a las 10 horas en la Catedral de Santa María la Real de la Almudena, con 5.000 seminaristas de todo el mundo. Allí estuvimos muy bien representados por nuestro seminarista mayor Agustín Crespo, y por el que en el momento de la inscripción era rector del Seminario Diocesano San Atilano, Miguel Ángel Hernández.

El que esto escribe también tuvo que separarse de la comitiva diocesana durante la mañana, para cumplir con el compromiso de comentarista con Radio Nacional de España, y así pude ver a través de las pantallas la Misa con los seminaristas, en la que el Papa los llamó a la necesidad del silencio interior –además de las ya conocidas claves formativas de la oración, el estudio y la inserción en la realidad pastoral– y nos dio a todos los católicos españoles, y en especial a los curas, la alegría del anuncio de la próxima designación de San Juan de Ávila como doctor de la Iglesia.

Los otros zamoranos que se ausentaron fueron los seis jóvenes que nos representaron en la Vigilia de Cuatro Vientos, más adelante que los demás. Mientras unos y otros acudían a sus citas respectivas, el grueso de la comitiva diocesana, junto con otros zamoranos que llegaron a Madrid en la mañana del sábado, acudió al Seminario San Dámaso de la capital española, para comenzar a mediodía esa plegaria enmarcada en una Cadena de Oración por las Vocaciones realizada por diversas diócesis, congregaciones y movimientos católicos. La presidió nuestro obispo, Gregorio Martínez Sacristán, y fue una hora de adoración del Santísimo, con algún testimonio, canciones y preces.

De camino a Cuatro Vientos

Después de comer en el Parque de las Vistillas, junto al Seminario, nos dividimos en grupos para encaminarnos hacia Cuatro Vientos con mayor facilidad, en metro o autobús urbano hasta donde fuera posible. Con las cosas imprescindibles (saco de dormir y esterilla, y la cena y el desayuno) llegamos a la Carretera del Barrio de la Fortuna, desde donde fuimos caminando al Aeródromo. Al llegar allí, un “pequeño caos”: el de una organización que no había previsto la colocación de tanta gente. Aunque teníamos asignados dos sectores muy concretos en el aeródromo centenario, nos fue imposible para la mayoría de nosotros pasar allí, ya que estaban repletos. Y tuvimos que quedarnos atrás, algo disgustados al principio, en el espacio que se había dejado para todas las personas que quisieran participar en los actos finales de la JMJ sin inscripción. Muchos tuvimos cerca una pantalla para seguirlo todo, servicios y grifos, así que teníamos las cosas básicas. Después de estirar las esterillas y situarnos sobre el espacio, empezaron las llamadas para ver dónde habíamos quedado unos grupos y otros. Algunos, además, se aventuraron a salir del aeródromo para entrar de nuevo por otros lugares, consiguiendo adelantarse un poco en aquella marea humana.

Pronto se nubló, algo que agradecimos a las 6 de la tarde, y pudimos seguir después en directo, a través de las pantallas, la visita del Papa al Instituto San José. Fue un momento entrañable, en el que Benedicto XVI, con su gran corazón de pastor, quiso acercarse a una representación de los jóvenes que por vivir el sufrimiento o la discapacidad no han podido participar en esta JMJ. Allí tuvo gestos de cariño y de bendición para algunos que fueron pasando junto a él, después de haber dicho alto y claro en su discurso que “una sociedad que no logra aceptar a los que sufren es una sociedad cruel e inhumana”, y que la presencia de estos jóvenes “suscita en nuestros corazones, frecuentemente endurecidos, una ternura que nos abre a la salvación”.

Contra viento y marea

Tras este momento importante, el sucesor de Pedro se montó en el papamóvil para llegar a Cuatro Vientos con algo de retraso, y allí comenzó la vigilia. Eran casi las 21,30 horas cuando esa nubosidad que antes habíamos agradecido comenzó a convertirse en precipitación. Y lo más sorprendente es que recibimos la lluvia con alegría. Lo que estábamos haciendo allí era tan importante que daba igual que lloviera. Aunque algunos grupos se marcharon, la mayor parte de la gente nos quedamos, y gritamos y cantamos aún más alto. El Papa también esperó, y aunque abrevió la vigilia dejando sus palabras al mínimo y suprimiendo alguna cosa, salió del escenario y regresó debajo del “árbol de la vida” del mismo revestido para la adoración del Santísimo.

Era nuestro segundo momento grande de silencio en el día. Benedicto XVI, de rodillas ante el Santísimo, expuesto en la custodia monumental de la Catedral de Toledo, que salió del suelo del escenario. Más de un millón de jóvenes de rodillas y en silencio. Un silencio grande, que impresionaba. El Papa estaba diciéndonos, sin palabras, su mensaje central de la JMJ: Jesús es el centro de nuestra vida. Por eso, los gritos tan coreados estos días de “¡Ésta es la juventud del Papa!” no queremos que sean otra cosa que la expresión del deseo más profundo de ser “la juventud de Cristo”.

Habíamos visto en las pantallas a un Papa a la expectativa, cubierto a duras penas por el paraguas que sostenían sus maestros de ceremonias y recibiendo mensajes de unos y otros que –suponíamos– le invitaban alternativamente a permanecer o a continuar. Pero se quedó. Y nos dijo unas breves palabras, y al final agradeció nuestra ilusión y nuestra alegría. Aplausos y más aplausos cuando nos dijo unas palabras que no habían sido preparadas en esta noche: “¡Gracias por vuestra resistencia! ¡Vuestra fuerza es mayor que la lluvia!”, y también: “El Señor con la lluvia nos manda muchas bendiciones. También en esto sois un ejemplo”.

Al terminar la vigilia, con un segundo chaparrón, nos acomodamos como pudimos, después de escuchar algo escépticos los mensajes de la organización de la JMJ. Habíamos tenido buen cuidado de cubrirnos con las esterillas y plásticos, dejando secos los sacos de dormir. Había sido un día duro, y necesitábamos el descanso. El día siguiente sería el definitivo, el del envío y la despedida.

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