domingo, 4 de abril de 2010

Preferidos de Dios


ÁNGEL CARRETERO MARTÍN

Uno de los lugares donde no solemos pensar ni buscar la presencia del Resucitado es en las miles de personas privadas de libertad en centros penitenciarios como el de Topas. Siempre resulta más fácil y agradable descubrir esta presencia del Dios vivo en realidades más positivas como en las maravillas de la naturaleza o en un recién nacido. Alguien podría decir que en el día más grande del año no parece que lo más pertinente sea recordar a estos hermanos tan olvidados por la inmensa mayoría de quienes estamos fuera de los barrotes. A quienes sí les ha parecido procedente recordarlos ha sido a los Obispos de Ciudad Rodrigo, Salamanca y Zamora. Hay que felicitarles por la oportuna Carta «Estuve en la cárcel y vinisteis a verme» sobre la atención pastoral en dicho Centro.

Ellos mismos han palpado la presencia del Resucitado en la fe profunda que han visto en tantos hombres y mujeres de tan diversas nacionalidades. Con esto no se pretende canonizar las actuaciones delictivas porque, efectivamente, cada ser humano es responsable de sus actos. Pero también es verdad que la mayoría de los llamados «delincuentes» no han elegido serlo y, de seguir las cosas como están, tanto en el orden moral como social, no parece que el número de los internos vaya a dejar de crecer tal y como reflejan las estadísticas, al menos entre los más jóvenes. La tan difundida y falsa idea de libertad entendida como hacer lo que me venga en gana sin referencia al bien y la verdad, la reducción o equiparación de lo ético con lo legal como si ambas cosas fueran lo mismo, la desestructuración familiar con todo lo que esto implica de carencias educativas y afectivas o las graves desigualdades económicas son algunas de las causas detectadas en la misiva de los prelados. Tampoco les falta razón al sumarse al reconocimiento mayoritario de que «la reclusión en los centros penitenciarios no está consiguiendo ni la disminución de la delincuencia ni la reinserción social» porque en la práctica, al conseguir sólo el castigo, está faltando toda «una pedagogía personalizada y adecuada a la realidad de cada interno».

La Iglesia, siguiendo el ejemplo de su Señor, sabe ponerse el traje de faena con los excluidos. A todos ellos los valora y trata no por los errores cometidos en el pasado sino por su inviolable y sagrada dignidad personal. Es de justicia reconocer la labor callada y diaria de los voluntarios cristianos que están contribuyendo a humanizar y evangelizar la cárcel porque, guste más o menos, quienes en ella viven son preferidos de Dios y es a ellos a quienes dedican generosamente desvelos, tiempo y energías.

La Opinión-El Correo de Zamora, 4/04/10.

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