domingo, 11 de abril de 2010

Pedro "forever"


JOSÉ ALBERTO SUTIL

Como cada año, el pasado Viernes Santo tuvo lugar el impresionante vía crucis desde el Coliseo de Roma. En esta ocasión, las meditaciones fueron escritas por el cardenal italiano Camillo Ruini, quien al llegar a la séptima estación nos proponía rezar así: «¡Padre rico en misericordia, ayúdanos a no hacer todavía más pesada la cruz de Jesús!». Y citaba estas palabras del siervo de Dios Juan Pablo II, de quien esa noche se cumplía precisamente el quinto aniversario de su muerte en Cristo: «el límite impuesto al mal, del que el hombre es artífice y víctima, es en definitiva la Divina Misericordia». El papa polaco llevaba en sus carnes esta experiencia de muerte y resurrección, de horror del hombre y gracia de Dios. A sus espaldas pesaban las barbaries totalitaristas más sangrientas del pasado siglo, ante las que tantas veces había surgido la pregunta del por qué, quedando como única respuesta la misericordia y el perdón, la divina misericordia.

En efecto, como ya dijera san Pablo, está por una parte «el misterio de la piedad» y por otra «el misterio de la iniquidad», y esta batalla se juega en el mundo, en la Iglesia y en nuestros propios corazones. El entonces cardenal Ratzinger, en el vía crucis del 2005, comentando esta vez la tercera caída, hizo esta valiente denuncia: «¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él!». Y a este mismo hombre, ahora sucesor de Pedro, es al que los poderes de este mundo no cesan de calumniar para «cargárselo», porque no interesa un Papa claro, no quieren a un hombre «fuerte» que grite la verdad a los cuatro vientos. Creo que los primeros versículos del salmo 2 expresan perfectamente toda esta situación: «¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso? Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su elegido». En un interesante ensayo titulado «La fe de los demonios (o el ateísmo superado)» -y que en opinión de nuestro paisano Juan Manuel de Prada es «el mejor libro de teología divulgativa que se ha escrito en décadas»-, su autor, el francés Fabrice Hadjadj, converso al catolicismo, afirma que en el fondo «el papado que Dios quiere es una consecuencia extrema de la Encarnación. Es el vicario de Cristo, de suerte que el cristianismo no es una ideología, sino un magisterio vivo. Un pobre hombre, en el fondo, si se considera en relación con la Majestad divina, pero por eso mismo ejemplar de esos pobres hombres que somos nosotros, signo sensible del Verbo que se ha hecho uno de nosotros» (p. 230). Por eso, «¡Pedro forever!», «¡Pedro para siempre!», o mejor, «Pedro siempre», que en cristiano es decir tanto como «hasta que Dios quiera», «hasta que el Señor vuelva».

La Opinión-El Correo de Zamora, 11/04/10.

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