domingo, 22 de enero de 2012

Un Dios sorprendente


SANTIAGO MARTÍN CAÑIZARES

Domingo III del tiempo ordinario – ciclo B

“Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el evangelio de Dios” (Mc 1,14).

Hace algunos años, con algunos compañeros, inicié la lectura y el trabajo de un libro sobre cómo elaborar un discurso. Sin duda de gran utilidad para nosotros. En él aprendimos que las primeras palabras eran la clave de todo él: eran resumen, síntesis de lo que queremos expresar; pero también debían ser palabras atrayentes, sorprendentes, llenas de un misterio que poco a poco, a lo largo del discurso, se iba aclarando y explicando.

El evangelio de Marcos que leemos hoy es el inicio del discurso de Jesús, que después se irá concretando a lo largo de sus parábolas, enseñanzas y acciones. Ciertamente debieron de ser palabras impactantes: después de arrestar a Juan por predicar un bautismo de conversión debía de sorprender que alguien volviera a alzar la voz para anunciar que el Reino de Dios viene para aquellos que se conviertan. Un hombre que no tiene miedo a predicar la conversión y el Reino de Dios conociendo la suerte que corrió el último que lo había intentado. La pregunta está servida: ¿qué es el Reino de Dios para que merezca la pena arriesgar tanto la vida? Este misterio impactante y sorprendente, y esta valentía de Jesús en el inicio del discurso de toda su vida, es quizá lo que provocó que Simón, Andrés, Santiago y Juan dejaran sus quehaceres rutinarios y se pusieran en camino.

Algo más le costó a Jonás ponerse en camino cuando Dios le llamo. Su misión: predicar a Nínive la conversión. Nínive, ciudad de la opulencia y el lujo, quizá a costa de oprimir a los que tenía alrededor. Predicar la conversión a los sencillos, a los pobres, a los oprimidos, a los «oficialmente buenos» hubiera sido fácil. Pero el Señor le encargaba ir a Nínive, la ciudad de los pecadores y los «malos». Después de resistirse, finalmente predica la conversión en Nínive y, en contra de lo que siempre había pensado, para su sorpresa, Nínive se convierte. Y es que Dios tiene siempre más confianza en la bondad de los hombres que nosotros mismos.

Hoy el Señor sigue llamando y confiando en la bondad del hombre para que predique la conversión. En esta era científica, en la que siempre tenemos que tener explicación para todo, hemos perdido la capacidad de sorprendernos ante el misterio del Reino. Es probable que éste sea hoy el reto de nuestra fe, nuestras celebraciones y nuestras acciones: dejar a Dios que sea Dios, que nos sorprenda.

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