jueves, 26 de enero de 2012

Segundo Pérez: “hay que formar agentes pastorales para la nueva evangelización”


Segundo Pérez López, catedrático del Instituto Teológico Compostelano, ha acudido esta mañana a Zamora para hablar sobre los nuevos evangelizadores en el marco de las X Jornadas Diocesanas.

Zamora, 26/01/12. Las Jornadas Diocesanas de Zamora, sobre la nueva evangelización, han contado en su segundo día con la presencia de Segundo Pérez López, profesor del Instituto Teológico Compostelano, que ha impartido la conferencia titulada “Nuevos evangelizadores para una nueva evangelización”. El ponente ha sido presentado por el sacerdote diocesano de Zamora Agustín Montalvo, párroco de San Lázaro.

Segundo L. Pérez López es licenciado en Filosofía y doctor en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca, y ha ampliado sus estudios en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y en el Archivo Secreto Vaticano. Es sacerdote de la Diócesis de Mondoñedo-Ferrol, donde ha desempeñado diversos cargos pastorales, entre los que destaca el rectorado de su Seminario, con sede en Santiago de Compostela.

Es catedrático de Antropología Teológica en el Instituto Teológico Compostelano, y ejerce la docencia en otros centros, además de atender dos parroquias rurales en la actualidad. Es el fundador y director de la revista Estudios Mindonienses y miembro del consejo de redacción de otras publicaciones periódicas. Es canónigo de la Catedral de Mondoñedo y archivero-bibliotecario de la Catedral de Santiago de Compostela, y director del Centro de Estudios Jacobeos. Es autor y editor de varios libros, y tiene en su haber numerosos artículos de investigación.

Distintos ministerios para la misma misión

El ponente dijo no tener ninguna receta sobre los nuevos evangelizadores, pero indicó el contexto y el pretexto para este empeño de la Iglesia. “¿Quiénes son los agentes de la nueva evangelización, según el Papa? Los obispos, los presbíteros, la vida consagrada, las asociaciones de laicos y las nuevas comunidades”, afirmó.
En cuanto a las formas, tienen que promoverse nuevas comunidades y espacios donde pueda tener lugar la nueva evangelización, entre los que destacan los medios de comunicación social. Además, Benedicto XVI promueve un nuevo conocimiento de la fe, y del Catecismo de la Iglesia Católica.

Todo esto presenta “una perspectiva apasionante”, en una Iglesia ministerial, de comunión, “donde es necesario incorporar de forma correponsable agentes de pastoral que tengan un verdadero contenido apostólico”. Segundo Pérez fue crítico con la forma ordinaria de realizar los nombramientos eclesiásticos en las diócesis, repartiendo las parroquias entre los sacerdotes. “Habrá que sentarse a ver con qué fuerzas contamos: sacerdotes, religiosos y laicos, y hacer un programa pastoral en el que corresponsablemente ese grupo de evangelización se encargue de esa realidad. Entonces no es tan agobiante la escasez de presbíteros, aunque siga siendo un problema urgente”. De esta manera, “cada uno tiene un ministerio propio”.

La nueva evangelización es cuestión de tomar conciencia, de tener una nueva forma de entender la misión, no tan pesimista, sino “desde la memoria y la esperanza, en una situación desolada pero que es también tiempo de gracia”. Un campo de evangelización muy importante es el del arte y el patrimonio, y las tradiciones populares, según el ponente.

Retos y oportunidades pastorales

El profesor de Teología señaló que “los retos que tenemos por delante son la dificultad de asumir nuestra tradición católica, la renovación de la iniciación cristiana y del primer anuncio de la fe… para ello es necesario revalorizar la pertenencia a la Iglesia y ser capaces de transmitir a los otros la propia fe”, aclarando la necesidad de “una pertenencia gozosa y crítica a la Iglesia. Hay que hacer visible la sacramentalidad de la Iglesia, crear nuevas formas de hacernos presentes en la religiosidad popular, que es un tema que no va a menos”. Lo mismo podríamos decir de otros acontecimientos, “como los funerales y el acompañamiento del duelo, que proporcionan un espacio enorme para la nueva evangelización”.

Segundo Pérez subrayó la necesidad de “crear comunidades fraternas” y de “proponer la esperanza con alegría”, en lo que ha de incluirse “la predicación de las verdades últimas: ¿quién habla del cielo, del juicio de Dios, del infierno, de la esperanza última? Nos encontramos con gente a la que no se le ha anunciado en su totalidad lo que implica en su totalidad la fe en Jesucristo muerto y resucitado, lo que significa el más allá, lo que significa la vida eterna”.

¿Cómo abordar nosotros como agentes todo esto? San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, explica cómo afrontar los tiempos de desolación: más oración, meditación y penitencia. “La gran trampa en este tiempo es caer en el lamento y en la gesticulación desesperante, añorando lo que ya pasó”, señaló Segundo, que añadió: “es posible mudarnos contra el tiempo desolado: no resignarnos, viendo cómo el tiempo desolado puede convertirse en tiempo de gracia”.

Los cristianos tenemos que “percibir nuestro tiempo como un tiempo necesitado de la buena noticia. Hay que saber orar no sólo cuando nos va bien, sino con Jesús desde el Getsemaní personal e histórico que nos toca vivir, para poder ser evangelizadores a semejanza de Cristo”. Porque en este tiempo “vivimos en una auténtica pérdida de humanidad, y el mundo se nos mete dentro cuando nuestra oración deja de ser potenciadora de miradas nuevas desde la ternura a las zonas más oscuras de tipo personal y social. Ahí Jesús libera los mecanismos de nuestra propia vida. Por eso es urgente abrirnos con actitud reverente al misterio de Dios, en un tiempo que nos acerca más al Dios de la Trinidad que a un ídolo”.

Una deserción silenciosa

Según el ponente, “palabras como penitencia, mortificación, abnegación, sacrificio… resultan de auténtico mal gusto en nuestra cultura, pero es necesario volver a ellas”. La Iglesia “mira hacia el pasado ejercitando la fidelidad, y mira al futuro esperando cumplir la misión que el Señor les confía”. Sin embargo “hay muchas reticencias en la sociedad con respecto a la Iglesia y a nosotros, los agentes, lo que es síntoma de una prevención ante la misma fe, que se expresa también en los medios de comunicación. Muchas personas se alejan de la vida cristiana de una forma silenciosa. Lo que tiene que preocuparnos son los hombres y mujeres, a veces familias completas, que silenciosamente se van de la Iglesia sin formular el porqué. ¿Qué es lo que no les hemos dado? ¿Qué no hemos sido capaces de contagiarles?”.

En cuestiones morales, además, “hay un fuerte sentimiento de rechazo del magisterio de la Iglesia, sobre todo en las cuestiones sexuales y bioéticas”. En la vida política “se rechaza expresamente de una ley moral objetiva, y se nos acusa de no saber vivir en democracia, y de querer imponer la fe y la moral católica al conjunto de la sociedad”, aunque no es difícil responder teóricamente a estas acusaciones. Según el teólogo gallego, en el fondo “tenemos que reconocer que lo que se rechaza es la fe misma, en sus elementos esenciales, diciendo que no es compatible la fe con los valores más apreciados de la vida actual: la ciencia, la libertad, el bienestar… Sin embargo, la fe cristiana no es contraria a estos valores, sino a la forma reducida de entenderlos que depende de una visión atea de la realidad”.

Los agentes en la Iglesia y la comunión

El Sínodo de los Obispos de 1985 interpretó que la mejor imagen para comprender lo que lo Concilio Vaticano II quiso decir de la Iglesia es la de comunión: “toda la vida de la Iglesia ha de estar impregnada por la comunión. Eso significa que en la Iglesia se pone en primero lugar lo que afecta a todos y, en segundo lugar, lo que especifica a cada uno de los miembros. Eso supuso un giro copernicano en la percepción de la Iglesia del Concilio”. Atrás quedó una visión que ponía como punto de partida la estructura jerárquico-piramidal.

El Concilio, explicó Segundo Pérez, empieza “por abajo, por lo común que pertenece a todos los miembros por igual, por ser el pueblo de Dios como la totalidad de los fieles, pudiendo afirmarse que el sacerdocio común de los bautizados es ontológicamente anterior a los otros ministerios y servicios que configuran el ser de la Iglesia, por ende la constitución de una Iglesia toda ella ministerial”. Por ello “el reto del presente es cómo encontrar cauces para formar agentes pastorales para la nueva evangelización”.

Todos los creyentes “disfrutan de la misma radical igualdad en cuanto a su dignidad y a la responsabilidad de participar activamente en la misión de la Iglesia porque todos ellos fueron incorporados a Cristo por medio del bautismo y participan de su triple oficio profético, real y sacerdotal”. En esta perspectiva, “las responsabilidades en la Iglesia se denominan ministerios, o sea, servicios que tienen como finalidad hacer presente a Cristo como Cabeza de su Iglesia, para dar vida a su Cuerpo”.

Así ha de ejercerse la autoridad en la Iglesia, según el ponente: “la disposición vital al servicio en la Iglesia afecta a todos sus miembros. Todos han de ejercer la ‘diakonía’ y es ésta la razón de ser también del servicio de la autoridad en la Iglesia y de los diversos carismas. En ese sentido del servicio a la unidad de la fe de todo el pueblo cristiano tiene su razón de ser un servicio especial como es lo del sucesor de Pedro, el Papa, que lo ejerce en cuanto obispo de Roma”.

Añadió que “tenemos que sentir hoy la urgencia del apostolado, formando nuevos agentes para la evangelización. No podemos añorar tiempos pasados, pero sí tenemos que hacer una propuesta de vida interpelante”, concluyó.

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