domingo, 15 de enero de 2012

Arrimar el hombro


MANUEL SAN MIGUEL

La liturgia cristiana comienza con este domingo el llamado Tiempo Ordinario. Es el tiempo para profundizar en el Misterio Pascual y vivirlo en el desarrollo de todos los días, es decir, tiempo del compromiso, de la seriedad en el trabajo, de aquello que no se ve pero que es eficaz. Ya lo dice el libro del Eclesiástico: «todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo» (Ecl 3,1). ¿Cuál es el nuestro?

Según los datos que circulan en prensa el 30 % de las personas que sufren el paro en España no recibe ningún tipo de subsidio. A su vez, todos conocemos a pensionistas que cobran una pensión alrededor de 1600 euros mensuales. Son extremos de la realidad en la cobertura del mal llamado estado de bienestar que supuso un avance en todos los órdenes de la vida pero que hoy está en peligro de muerte. Todos sabemos que pasar de una situación favorable económicamente a otra de signo contrario, nos cuesta más, que es lo que está sucediendo ahora.

¿Es que no nos queda otra? Algunos se sentirán un tanto aliviados porque les ha tocado la lotería. ¡Enhorabuena! Pero no esperemos que llueva dinero del cielo todos los días, sino fijémonos en las iniciativas de personas, empresas e instituciones que están apostando por un nuevo estilo de vida y de gestión, más austero y más solidario; una mayor racionalización de los gastos, un sentido del trabajo donde prima la honestidad y el esfuerzo.

Aquí en nuestra ciudad zamorana en el pasado mes de noviembre un grupo de empresarios de hostelería organizó una cena solidaria en favor de Cáritas Diocesana. Los voluntarios de Protección Civil calladamente cada año organizan una cena para las personas sin techo en la Nochebuena? O la labor de sacerdotes y voluntarios que atienden desde las parroquias a muchísimas familias en situación muy precaria. Estas iniciativas dignifican a las personas. ¿Nos enteramos de esto? ¿No se valora?

El Concilio Vaticano II, cuyo 50 aniversario celebramos en este 2012, apostó por romper las barreras que muchas veces separaban a la Iglesia de la sociedad y trató de plasmar en la práctica el principio del amor fraterno con aquellos más pobres y necesitados. Dando lugar a los criterios de la llamada DSI (Doctrina Social de la Iglesia).

Me decía el otro día un buen amigo que los cristianos nos estamos aburguesando, pero que a la vez hay muchos rostros que interpelan a los no creyentes con sus iniciativas y trabajos.

Arrima el hombro, porque de aquí se sale.

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