domingo, 13 de noviembre de 2011

Guardar por miedo


AGUSTÍN MONTALVO

Domingo XXXIII del tiempo ordinario – Ciclo A

“Tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra” (Mt 25, 14-30)

Cuántas veces hemos escuchado y nos han comentado la parábola de los talentos que hoy se nos repite de nuevo. Tendría que sorprendernos la dureza de Jesús con el tercero de los criados. ¿Qué había hecho de malo para ser juzgado tan severamente? No había malgastado ni perdido el talento entregado, estaba intacto, tal vez con algo de moho por la humedad de la tierra, pero ¿eso es malo? Sin duda el gran pecado de aquel hombre fue el miedo, la cobardía, aquello que lo llevó a guardar.

Son innumerables las ocasiones en las que en el evangelio se alaban las acciones positivas y se fustigan las omisiones. Recordemos la parábola del buen samaritano, el juicio final, la luz sobre el candelero para alumbrar y no bajo el celemín, «entra mar adentro»… No es un buen seguidor de Jesús quien se contenta con no hacer nada malo. «Yo no robo ni mato ni hago mal a nadie» dicen muchos, creyéndose por ello buenos cristianos. Claro que eso es necesario, pero absolutamente insuficiente.

En el lenguaje piadoso abundan palabras como guardar, conservar, preservar… que no dejan de tener un cierto tufillo a un cristianismo «en conserva». Se habla de conservar la fe, la gracia, la vocación, etc. Pero la fe no se conserva, se vive y nos aviva; la gracia se aumenta; la vocación tampoco se guarda, se realiza en una misión. Dios no sólo concede cualidades, da la fe y con ella una misión que es viva y dinámica, para vivirla con valentía y una buena dosis de riesgo. Cuando las situaciones se tornan difíciles nos entra miedo y tendemos a la involución, a la seguridad, a guardar y conservar, al conservadurismo en definitiva, tentación constante en la Iglesia. De nuevo el Papa nos convoca a una Nueva Evangelización, que requiere «nuevo ardor, nuevos métodos, nuevas expresiones», en palabras de su predecesor. A transmitir la Buena Noticia de siempre, sin rebajas ni adulteraciones, pero de manera adecuada al tiempo presente, y esto requiere audacia.

¿Qué habría sido del cristianismo sin el coraje de Pablo enfrentándose a Santiago y a los judaizantes? ¿No supuso un gran avance para la teología la introducción por santo Tomás de la filosofía pagana griega, con gran escándalo para muchos? ¿De qué serviría hoy esta teología si se hubiera estancado en el siglo XIII y no hubiera recibido nuevas aportaciones de otros grandes teólogos posteriores, entre ellos de Ratzinger?

Esta parábola de los talentos tiene que hacer pensar también a muchos laicos si no están llamados a complicarse la vida en la actividad política para contribuir desde su fe a promover la justicia, la libertad, el respeto a los valores, la honradez… Y a todos a evitar la añoranza estéril y el miedo paralizante. Que no tenga que decirnos el Señor: «Hombres de poca fe, ¿por qué tenéis miedo?». Claro que el coraje y la intrepidez están tan lejos de la temeridad y la insensatez como de la cobardía y la pusilanimidad.

La Opinión-El Correo de Zamora, 13/11/11.

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