miércoles, 2 de noviembre de 2011

De la censura a la autocrítica


LUIS SANTAMARÍA DEL RÍO

Domingo XXXI del tiempo ordinario – Ciclo A

“El primero entre vosotros será vuestro servidor” (Mateo 23, 1-12)

Después de haber crecido durante los domingos anteriores, la tensión entre Jesús y las autoridades religiosas de su pueblo llega a lo que escuchamos hoy en el evangelio de la Misa. Ahora les habla a la gente y a sus discípulos, y en un primer momento expone las contradicciones de aquellos pretendidos referentes morales, para pasar después a proponer un estilo de vida alternativo. Estas palabras del Maestro, situadas aquí, quieren referirse a la comunidad cristiana. Porque ya desde sus inicios la Iglesia tuvo la tentación de dejarse llevar por la corriente, calcando unas relaciones que se viven en la sociedad sin problema alguno, pero que no tienen nada que ver con el camino iniciado por Jesús de Nazaret.

Puede haber personas que apliquen las palabras de Jesús a los obispos y sacerdotes. Y no se equivocarán, porque los que formamos parte de la jerarquía de la Iglesia por el ministerio del orden tenemos nuestras infidelidades y traiciones a una misión encomendada por Dios a través de la comunidad. A la luz de las otras lecturas que se proclaman hoy en la eucaristía, será un buen momento de revisión de la propia vida por parte de curas y obispos. Pero eso no puede quedar ahí, ya que las palabras de Jesús se dirigen a sus discípulos, a todos. No se queda en la censura de la hipocresía, la teatralidad y la ostentación de escribas y fariseos, sino que da un paso más, con estas palabras: «vosotros, en cambio…».

Ahí está la clave de este pasaje evangélico. La vida que llevaban aquellos líderes judíos era legítima, por supuesto. Pero Jesús quiere otra cosa de sus seguidores. Otra cosa que se deriva de la paternidad de Dios y del señorío del propio Cristo. La Iglesia entera participa del sacerdocio de Jesús desde el momento del bautismo, y de ahí deriva la igualdad fundamental de todos los fieles, algo que está presente en la Escritura y que recalcó el Concilio Vaticano II para los cristianos de hoy.

La Iglesia entera ha de superar la constante tentación de adaptarse al mundo y a sus relaciones, para pasar a vivir una fraternidad que sea signo de algo más, para llegar a ser el sacramento de la salvación para todos los hombres. Por eso las palabras de Jesús tienen que servirnos no para mirar hacia fuera, sino hacia dentro de las comunidades eclesiales y de cada uno de los que nos consideramos cristianos para preguntarnos por la coherencia y la autenticidad de nuestra vida, y si esa vida es testimonio ante los otros. Una autocrítica que, hecha a la luz de la Palabra de Dios, nos lleva a la conversión.

La Opinión-El Correo de Zamora, 30/10/11.

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