sábado, 27 de febrero de 2010

La Misa, ¡vaya rollo!


NARCISO-JESÚS LORENZO

II Domingo de Cuaresma – Ciclo C

El evangelio de este II domingo de Cuaresma nos sitúa ante el misterio de la Transfiguración del Señor. Se trata de un momento crucial en la vida de los discípulos que les permite contemplar, aunque sólo sea por unos instantes, el misterio de la íntima identidad de Jesús, y esto para que su fe no desfallezca ante lo que se les viene encima. La persecución contra Jesús se está fraguando y lo va a llevar a la más ignominiosa de las muertes, la muerte de cruz. Lo que no significará el fracaso de su misión o el abandono del padre, porque todo lo que acontezca, por devastador que parezca, serán hechos de salvación, y Jesús en todo momento no dejará de saber y sentirse el hijo amado de Dios. Los cristianos, también los sacerdotes, estamos a veces al borde del desaliento ante las dificultades. La exclusión mediática de lo cristiano, donde sólo hay sitio para episodios escandalosos, la ridiculización continua de los jóvenes que se declaran católicos o el abandono de la misa de tantas familias son algunos de los fardos que pesan sobre nuestros hombros como una abrupta cruz. Pero no vamos solos por el camino. Todos cada domingo tenemos la oportunidad de reencontrarnos con Jesús y hacer la experiencia del monte Tabor. Más allá de las apariencias, más allá de los que se empeñan en silenciar a Jesús, aunque sólo sea por un momento, mientras celebramos la Santa Misa, podemos reconocerlo. Sabemos que está entre nosotros para llenarnos de luz. No le vemos, por ahora con vestidos resplandecientes, pero le vemos presentarse como pan de vida. No oímos la voz del padre atravesando una nube, pero sí oímos la voz de Dios a través de las escrituras. Seguro que los que me leéis podréis pensar: ¡qué idealista!, incluso ¡qué iluso! Hermosas palabras lejanas de la experiencia, tantas veces, de eucaristías rutinarias o apáticas, de las que salimos igual o peor que entramos. Ante experiencias de este género es normal que muchos jóvenes y mayores no vayan a misa. Y que digan: «La misa no me dice nada». Curiosamente durante su vida pública, Jesús no significó nada para mucha gente. Para algunos, incluso, se convirtió en su enemigo. Pero entonces y ahora se cumple lo del evangelio: «A cuantos lo reciben les da la posibilidad de ser hijos de Dios». Convenzámonos de una vez, porque va siendo hora, de que si a la eucaristía no vamos con idea de orar y adorar al señor la misa nunca no nos dirá nada. Si no vamos con intención de escuchar al señor la misa no nos servirá para nada. Pero si buscamos a Jesús y le decimos con las palabras de Isaías: «confiaré y no temeré porque mi fuerza y mi poder es el señor», podremos tener una experiencia semejante a la de Pedro, Santiago y Juan y decir: «señor, qué bien se está aquí».

La Opinión-El Correo de Zamora, 28/02/10.

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