viernes, 2 de marzo de 2012

Cenizos 2.0


RICARDO CASAS LORENZO

Recientemente los católicos hemos tenido la oportunidad de asistir a nuestra parroquia para la celebración del rito inicial de la cuaresma de imposición de la Ceniza. Este rito cuaresmal, que desde siglos atrás marca el inicio oficial del tiempo litúrgico que precede a la Semana Santa, hunde sus raíces en un profundo y vasto gesto vinculado a la penitencia. En la antigüedad los pecadores públicos, es decir, aquellos cuyos pecados eran conocidos por el resto de la comunidad, debían publicitar su responsabilidad vestidos de sayón y marcados por la ceniza.

Curioso y singular ritual, aunque impensable en el siglo que nos ha tocado vivir. No son pocos los que siendo tentados, acaban sucumbiendo y metiendo la mano en las cosas de la res pública. Raro es el día en que no despertamos con la noticia de un nuevo escándalo de corrupción, enriquecimiento ilícito o aprovechamiento desmesurado de los recursos de todos para beneficio particular. Suena indecente siempre, pero particularmente obsceno cuando un nutrido grupo de españoles se asoma al precipicio de la pobreza.

La memoria recientemente presentada por Cáritas dibuja un panorama desolador. Cerca de seiscientas mil familias se encuentran por debajo del umbral de la pobreza. La carestía, no solo económica, se extiende más y más cada año que pasa desde el inicio de la crisis y afecta con especial crudeza a los más jóvenes, a quienes hemos hipotecado su futuro.

En este escenario resulta escandaloso e hiriente la actitud de los grandes responsables de la crisis económica, así como la de quienes se han dedicado a lucrarse robando el dinero de todos. Unos y otros, por acción u omisión serían, a los ojos de las comunidades pasadas, pecadores públicos y, en consecuencia, deberían vestir el sayón y lucir las marcas de la ceniza penitencial.

Sin embargo, lejos de la realidad, los cenizos del tiempo de la web 2.0 siguen vistiendo los trajes de los grandes diseñadores, viajando en primera clase y rociándose con los mejores perfumes, mientras el resto de la comunidad asiste impasible a la caída del sueño del «engañoso bienestar». Más doloroso resulta descubrir cómo la crisis no ha sido capaz de mover los corazones de los impunes, que sin escrúpulos mueven los hilos a su antojo ante los ojos acríticos de una sociedad que obvió, por temor o vergüenza, valores sobradamente válidos no hace mucho tiempo.

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