ÁNGEL CARRETERO MARTÍN
Parece que algún medio de
comunicación está intentado reavivar el debate sobre la asignatura de Religión
católica a base de someterla a nuevos vapuleos. Desde luego nunca faltarán
quienes permanezcan al pie del cañón hasta que conseguir verla reducida a
cenizas. Por ahora dicho intento es un poco difícil si se tiene en cuenta que
una gran mayoría de padres españoles sigue demandando la asignatura para sus
hijos. Sin embargo podemos hablar y escribir ríos de tinta si hace falta; eso sí,
sin hacer un circo de este asunto, sin demagogias, con un mínimo de objetividad
y honestidad.
Por una parte se le acusa a la
asignatura de «privilegio» de la Iglesia Católica olvidando el artículo 16.3 de
la Constitución española: «Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias
religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de
cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones». Puestos a
recordar no se nos olvide tampoco la reforma que hizo el Gobierno en 2004 al
dejarla sin evaluar y sin alternativa y, por tanto, faltando al Acuerdo entre
el Estado español y la Santa Sede de 1979 que la equipara «a las demás
disciplinas fundamentales», quedándola reducida en la práctica a una actividad
extraescolar. Cómo es posible que no se le ponga la cara colorada a quien sigue
hablando de «privilegio» cuando se trata de «lapidación» del derecho a
recibirla, no de la obligatoriedad de cursarla.
De otro lado se etiqueta a la
asignatura de simple «catequesis» o «adoctrinamiento» para lo que tendría que
tener su lugar propio en las iglesias o sacristías. Quienes así piensan todavía
no quieren enterarse de que no son cosas iguales aunque se complementen.
Mientras que en catequesis se emplea un lenguaje teológico (por ejemplo, «creo
en Dios Padre...»), la enseñanza de Religión explica la fe cristiana no en el
sujeto que la estudia sino en la comunidad de la Iglesia (siguiendo con el
ejemplo, «los cristianos afirman o creen que...»). La Escuela, como sede de
afirmaciones verificables y públicas debe tener el mismo orden de conocimiento
a la hora de estudiar a Felipe II, el dióxido de carbono o los contenidos de la
clase de Religión. Ahora bien, que esta asignatura sea informativa no significa
que tenga que dejar de ser formativa. La Religión católica forma informando, no
forma adoctrinando. En este sentido la historia y la lengua también tienen que
formar de igual manera que el átomo de hidrógeno o el sistema solar nunca
habrían de resultar fríos al alumno. Pero a ningún estudiante de Religión
católica se le exige experiencia de fe, pertenencia a una comunidad cristiana o
compromiso moral, cosa que no pueden decir los estudiantes de religión islámica
de nuestro país. Y, sin embargo, nadie protesta por ello.
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