El Cabildo Catedral de Zamora ha presentado
esta mañana la restauración de un crucifijo realizados en el siglo XVIII por
Luis Salvador Carmona, uno de los más destacados escultores del rococó en
España.
Zamora, 20/03/13. Esta mañana se ha presentado en la Catedral de
Zamora la restauración de un crucifijo del siglo XVIII, realizado por el célebre
escultor Luis Salvador Carmona. Según
ha explicado en una rueda de prensa José
Ángel Rivera de las Heras, canónigo y director del Museo Catedralicio, la
restauración ha costado 2.800 euros, que han sido sufragados por el Cabildo
Catedral, con el dinero que se obtiene por las entradas turísticas al primer
templo diocesano. El proceso ha estado a cargo de la restauradora Patricia Ganado.
Reproducimos a continuación la
explicación detallada de la pieza, a cargo de José Ángel Rivera de las Heras,
que es también delegado diocesano para el Patrimonio y la Cultura.
Luis Salvador Carmona (Nava del Rey, Valladolid, 1708-Madrid, 1767)
está considerado como uno, si no el mejor, de los grandes maestros de la
escultura rococó en España. Activo en el segundo tercio del siglo XVIII, su
obra, tanto documentada como atribuida, es abundante y se halla diseminada por
gran parte de la geografía nacional: Madrid, Navarra, Guipúzcoa, Cantabria,
Sevilla, Toledo, Segovia, Ávila, León, Zamora, Salamanca y Valladolid.
También la Diócesis de Zamora
contaba hasta el momento con una obra considerada autógrafa: la Virgen del
Rosario, en la iglesia parroquial de la Asunción de Morales del Vino, que
preside el retablo de la capilla fundada por Juan de Luelmo y Pinto (1706-1784), oriundo de la localidad y
obispo de Calahorra y La Calzada, y que fue realizada posiblemente entre 1755 y
1767.
Los crucifijos realizados por
Carmona ocupan un lugar destacado en su producción por su elevado número y su
correcta y apurada ejecución. Son fácilmente reconocibles, ya que todos ellos
participan de unos estilemas que se repiten casi invariablemente. De entre los
conservados destacan los del Museo Nacional Colegio de San Gregorio de
Valladolid (depósito del Museo del Prado); Azpilcueta (Navarra), y El Real de
San Vicente, Torrijos y Los Yébenes, en la provincia de Toledo, con los cuales
el zamorano, de gran calidad técnica, muestra un gran parecido desde el punto
de vista estilístico y formal, y abundantes semejanzas en cuanto a detalles, por
lo cual creemos que se trata de una obra personal.
Es éste un crucifijo de pequeño
tamaño, de 35,5 x 27,5 cm. (cruz: 76 x 39,5 cm.), como los pertenecientes a las
imágenes de San Francisco de Asís de los conventos franciscanos de Estepa
(Sevilla) y Olite (Navarra); el de facistol -el único representado en agonía
hasta ahora conocido- conservado en el convento de Capuchinas de Nava del Rey
(Valladolid), y el que porta la imagen de San Juan Nepomuceno de la iglesia
vallisoletana de San Miguel y San Julián.
Ignoramos si originalmente fue el
atributo de una imagen hagiográfica, o bien un crucifijo “de púlpito” o “de
mesa de altar”. Existe documentación gráfica, de mediados del siglo pasado, en
la que se encuentra situado sobre el altar de la capilla catedralicia de San
Juan Evangelista. Hasta época reciente se hallaba en la sala capitular. Carece
del rótulo o titulus, posiblemente
por pérdida. Actualmente se halla izado sobre una peana de factura
relativamente moderna.
Cristo está expirado y fijado
mediante tres clavos a una cruz arbórea, con los brazos tallados en forma de
troncos, como era habitual en la tradición andaluza. El escultor ha puesto todo
su empeño en representar la belleza del Salvador a través de un cuerpo
anatómicamente correcto, proporcionado, de formas suaves. Está ligeramente
arqueado hacia su izquierda. La pierna derecha aparece flexionada en sentido
inverso al torso, mientras la izquierda se curva y remete para colocar el pie
izquierdo bajo el derecho. Los brazos, por su parte, se extienden sobre la cruz
formando un amplio ángulo.
La cabeza muestra unos rasgos
minuciosos y delicados, y una expresión serena, dulce, alejada de la tragedia.
Está ladeada hacia la derecha e inclinada hacia abajo. Su abundante cabellera,
partida a raya, tiene finamente tallados sus mechones, algunos de los cuales
caen por delante del hombro derecho y otros, onduladamente, hacia la espalda,
dejando despejada la oreja izquierda, detalle que es constante en los
crucifijos de Carmona. La barba es corta y cuidada. Los ojos están cerrados y
la boca entreabierta. La corona de espinas es de rama espinosa.
El paño de pureza, sujetado con
una cuerda, está anudado y arremolinado en la cadera derecha, dejando visible
su desnudez y colgante un extremo de la tela, disponiendo el otro en la parte
central, por encima de la cuerda. Sus pliegues son minuciosos, aristados y
agitados.
A pesar del realismo del modelado
anatómico, la policromía no exagera la nota dramática. El cuerpo apenas está
salpicado de sangre, ya que sólo lo recorren algunos hilillos por el pecho y la
espalda, aparte de la que mana de las llagas de manos, pies y costado, de las
erosiones de las rodillas, y de la herida que el maestro sitúa siempre en la
cadera izquierda.