El pasado 31 de octubre falleció en Villar del Buey José Manuel López Fadón, que era párroco de Bermillo de Sayago. Su amigo Jesús Castro, profesor en el Colegio "Arias Gonzalo", escribió unas palabras que leyó en la Misa de funeral en Bermillo el día 3 de noviembre. Presentamos aquí un extracto.
A modo de homenaje a mi compañero, amigo y hermano
EN SILENCIO…
En silencio, sin hacer ruido, como el suave viento que mece la flor de la encina… nos has dejado JOSEITO.
JOSÉ-MANUEL-FELIPE LÓPEZ FADÓN:
- JOSÉ, como el padre de Jesús, trabajador incansable, hábil ebanista en la talla de figuras de ajedrez o en la reparación de imágenes parroquiales. Lo mismo te hacía un buen corte de pelo que te cocinaba unos caracoles.
- MANUEL “EMMANUEL”, como Nuestro Señor, te inmolaste día a día y te dedicaste en tu vivir de cada momento, por cada uno de los que te rodeábamos. Una palabra de aliento, un chascarrillo, siempre la mano tendida para ayudar y su espalda dispuesta a cargar con las penas de los necesitados; por eso nos dejó tan pronto, a sus cincuenta y nueve años se le agotaron las “pilas” pero con la “gera” terminada.
- FELIPE, como el apóstol de Jesús, siempre dispuesto a realizar su misión, aunque a veces se renegara; su vida fue un continuo servicio a los demás. Como el apóstol, explicó las Escrituras, con palabras, y sobre todo, con obras, pues en Sayago bien conocen el dicho castellano “obras son amores y no buenas razones”. Cualquiera que lo conoció y trató con él lo puede confirmar, como lo hacían sus vecinos y feligreses en el tanatorio improvisado, pero ya de tradición, en la casa de su madre, en su casa, habilitada para tal y en tal acontecimiento, luctuoso y festivo; luctuoso por ser la pérdida de un ser tan querido y festivo por saber que ya está en presencia del PADRE, AL LADO DE CRISTO.
En SILENCIO, …. Siempre en silencio; como una hormiga comenzaste tu vida estudiantil, con la escuela nacional terminada. El uno de julio de mil novecientos sesenta y cuatro llegaste al Seminario Menor “San Luís y San Victoriano” de Toro para realizar el cursillo de ingreso a los estudios de Humanidades.
En silencio, pero veloz como el viento, te desplazabas en las carreras de velocidad, relevos o resistencia, por las pistas de cemento que envolvían como un anillo el edificio de la “Fundación Victoriana Villachica” y, sin hacer ruidos ni alardes, llegabas el primero.
En silencio terminaste los estudios de Humanidades, el Bachillerato Elemental con su convalidación y Reválida y el Superior. No conforme con hacer el primer curso de Estudios Eclesiásticos brillantemente en el Instituto religioso “Gaudium et Spes” realizaste, como alumno libre, el Preuniversitario en el Instituto de Toro, hoy “Pardo Tavera” donde realizaste el curso anterior sexto y Reválida como alumno oficial, estrenando dicho centro de enseñanza, y, como colofón, aprobaste la prueba de Madurez en la Universidad Civil de Salamanca.
En silencio pasaste a cursar los cuatro años siguientes de los Estudios Eclesiásticos como alumno oficial de la Universidad Pontificia de Salamanca, siendo el único alumno del Teologado de Zamora que aprobaste el Bachillerato en Estudios Eclesiásticos el veinticuatro de junio, festividad de San Juan Bautista, alcanzando lo que posteriormente se denomina Licenciatura en Estudios Eclesiásticos.
En silencio, sin altanería, sin presumir de título universitario, te fuiste a Zarzaquemada, en Leganés, a desarrollar tu labor pastoral con jóvenes del mundo obrero y, como obrero, de barrendero en la fábrica de la “John Deere”, para evitar el trabajo en cadena y poder conectar con el mundo del trabajo, el mundo obrero, desde el puesto más bajo en el escalafón social pero que tu viste el más apropiado para realizar tu labor pastoral; fueron dos cursos, hasta tu ordenación sacerdotal, el ocho de octubre de mil novecientos setenta y siete.
En silencio, y en tu pueblo de Villar del Buey, escondido entre robles y encinas, D. Eduardo Poveda le ordenó, fue su primera ordenación presbiteral que realizaba desde que lo consagraron obispo en y para Zamora.
En silencio… te fuiste a ejercer tu ministerio sacerdotal a tierras de Aliste, prima-hermana de la tuya, Sayago, a Matellanes y anejos, posteriormente a “Las Figueruelas” y anejos para recabar, al final prematuro de tu camino presbiteral, en Bermillo de Sayago, tu tierra, y en sus “satélites”, cada vez más numerosos.
En silencio, el día que se cumplía el trigésimo segundo aniversario de tu ordenación sacerdotal, te llegaba el aviso coronario de que el ritmo de servicio a tus hermanos era excesivo, aunque tu no le dieras importancia, como tu hacías siempre y, en silencio, muy en silencio, fue horadando profundamente tu salud de roble sayagués. No tenías tiempo para ir al sanador del cuerpo porque el tiempo tú lo tenías ocupado en sanar el alma de tus feligreses. Nunca te ocupaste de cuidar tu cuerpo, sólo pensabas en servir a los demás. ¡QUE BIEN APRENDISTE LA LECCIÓN DEL MAESTRO! Qué ejemplo más próximo podemos tener, ya no podemos decir ¡QUÉ DIFÍCIL ES SEGUIR AL MAESTRO! Tú no preguntaste al Señor –como el joven rico- “qué tengo que hacer para seguirte”, tu lo seguiste, sin más ni más, sin importante renunciar a todas tus riquezas: tu juventud, tus cualidades personales, (que quienes te conocíamos muy de cerca sabemos que eran muchas) a tu padres y a tu hermana.
Y así, en silencio, en la cocina de tu made y a su lado, te fuiste en paz, sin decirle adiós, a la presencia del PADRE que te esperaba con los brazos abiertos, para que descansaras en su regazo del cansancio por el deber cumplido. Tu vida fue una inmolación silenciosa, alegre, pacífica y convencido de lo que hacías por tus hermanos. Tú si que tienes motivos para decirle al PADRE “Ya realicé la “GERA” que me encomendaste”.
En silencio, siempre estarás a nuestro lado, a mi lado, como el hermano mayor que siempre está dispuesto a ayudar y en el que confías plenamente. Ahora se que no me fallarás, como nunca me fallaste en vida. Tú y sólo tu de mis compañeros del Seminario –semillero de amistad que también supimos cultivar- estuviste a mi lado en los momentos más difíciles de mi vida. Si José Manuel, tu bien lo sabes y lo recuerdas, tu y nuestro primer director espiritual de Toro, D. Pedro Luelmo Martín, de Moraleja del Vino.
Sí, José Manuel, se me vienen a la mente nuestros años de estudios –once cursos- y dos veranos (el de julio del 64 para realizar el cursillo de ingreso en el Seminario de Toro, y el de agosto del 71, también para hacer el ingreso, en esta ocasión en la Universidad). ¡Cuánto tiempo! y que rápido pasó.
¡Cuántas veces, ya en Salamanca, apoyé mi cabeza en tu hombro y, sin decirte nada, en silencio, tu sabías lo que me pasaba; tu ayuda era inmediata, no me daba tiempo a pedírtela. Aquellos años de nuestros estudios filosóficos-teológicos, en que la crisis de fe afloraban cuando profundizabas en las verdades teológicas y en la doctrina de la Iglesia, bien en “el paseo de San Antonio”, bien en “la plaza San Justo”.
Y todo lo hiciste en SILENCIO, MUY EN SILENCIO.
No sabrás nunca lo que te agradecí y como han quedado esos momentos grabados, con letras de oro, en mi corazón, es una huella imborrable y perenne que ha marcado mi vida y me ha ayudado a mantener la fe y servir a los demás, has sido un pilar en que me apoyé, me apoyo y me seguiré apoyando, a nivel humano, el Espíritu hace el resto a nivel divino.
Gracias José Manuel, y esta vez no en silencio sino gritándolo a los cuatro vientos y ante quien haga falta manifestarlo. Lo hago ahora, en el silencio de la noche y en el amanecer del nuevo día cuando ya has pasado a la Morada que el Padre nos tiene reservada a sus hijos.
Sí José Manuel, te lo digo ahora que no me puedes regañar, como a los niños traviesos y a los adultos que hablamos demasiado: tú has sido desde julio del 64 y lo serás, hasta que el Padre me llame a su presencia, el Compañero y Amigo.
En Zamora, en los tres primeros días de tu presencia ante el PADRE.
CASTRO.