El segundo día de las XI Jornadas Diocesanas de
Zamora contó con la presencia del periodista José Luis Restán, que habló sobre
la emergencia educativa ante algo más de 350 personas reunidas en el salón de
actos del Seminario San Atilano.
Zamora, 31/01/13. Las XI Jornadas Diocesanas de Zamora han contado
en su segundo día con el periodista José
Luis Restán, director editorial de la cadena COPE, que ha pronunciado una conferencia titulada “Emergencia
educativa y nueva evangelización”. En la presentación del ponente, el delegado
diocesano de Medios de Comunicación Social, Luis Santamaría, resumió su perfil biográfico.
José Luis Restán Martínez (Madrid,
1958) es ingeniero de Caminos y licenciado en Periodismo. Ha sido director de
la edición española de la revista 30
Giorni, y en COPE ha sido
redactor jefe de Religión en los Servicios Informativos y director de la
programación socio-religiosa. Actualmente es director editorial y adjunto al
presidente de COPE. Dirige en esta
emisora “El Espejo” y “La Linterna de la Iglesia”. Además, dirige en 13 TV el programa “Iglesia en directo”. Articulista
en medios digitales, ha escrito varios libros, entre los que destacan dos
diarios del pontificado de Benedicto XVI
y otras obras como ¿Qué hacemos con
educación para la ciudadanía? y La
osadía de creer.
La educación, algo vital
Restán comenzó su intervención
definiéndose como un “cristiano metido a
periodista”, ya que “intento contar
lo que pasa desde la experiencia de la fe vivida en la Iglesia”. Según él, “todos somos sujetos y objetos de la
educación, de alguna manera. Toda institución, para que sea humana, tiene que
tener una dimensión educativa”. Por eso “la
cuestión educativa no es especializada, es una cuestión de la vida del hombre.
Educar es lo más grave, lo más humano, lo más urgente que tenemos que hacer en
la vida. Sin la educación no podemos entendernos, ni mirar al pasado ni al
futuro. La educación es vital, por supuesto, para la Iglesia”.
El ponente destacó que Benedicto XVI ha hablado mucho y con
mucha originalidad de la cuestión educativa. “Cuando vino a Santiago y Barcelona, entrevistaron aquí a un experto
vaticanista, que dijo que el Papa no piensa que la renovación de la Iglesia
pueda venir de dar un golpe de timón, de hacer grandes cambios en las
estructuras eclesiásticas; sólo podrá venir a través de un cambio, de una
conversión que vendrá por un esfuerzo educativo”.
Se trata “de un proceso profundo que se tiene que dar a través de una relación
vital, de un acompañamiento. Toda acción de la Iglesia, si no tiene esta
dimensión educativa, se queda en fuegos artificiales. A veces hacemos cosas que
tienen mucho ruido, y les falta un cauce que las transforme en un impulso
educativo que necesita tiempo, relación y libertad de la persona”.
Un fracaso educativo
A continuación explicó el origen
del término “emergencia educativa”, una expresión acuñada por el Papa en unas
palabras a una asamblea de la Diócesis de Roma, y que ha reiterado después.
Toca un punto absolutamente vital: “Benedicto
XVI hablaba de la dificultad que existe hoy para educar. Todas las culturas y
civilizaciones han educado, porque si no hay educación no hay humanidad. Y hoy,
con todas las posibilidades que tenemos, se experimenta una dificultad para
educar como nunca en la historia”.
Como parte de esta dificultad en
la educación, “se da un fracaso en la
formación de personalidades sólidas. Hay una debilidad en el sujeto, que es
culpa no de los jóvenes, sino de los que somos mayores. Hay fragilidad en las
relaciones afectivas, en los compromisos, en la falta de razones fuertes para
asumir cualquier tipo de postura, en la vulnerabilidad a los impactos de los
medios de comunicación, en la falta de un criterio claro…”.
El Papa también habla de “una ruptura entre las generaciones, cuando
el regalo mayor que podemos darle a nuestros hijos es una hipótesis de sentido,
no simplemente la vida biológica. Y hay una especie de ruptura, sobre todo en
el entorno del mayo del 68, cuando se produjo una enmienda a la totalidad ante
la tradición para poder ser libres, en un proceso de emancipación de todo lo
que nos viene dado. Así, el hombre se reinventa, como un papel en blanco”.
Frente a esto, José Luis Restán
reivindicó el papel de la tradición como “algo
vivo, no fosilizado ni mecánico, pero hay algo que se va comunicando”. En
aquel momento de nuestra historia reciente “se
rompió con la paternidad, porque se pensó que acababa con la libertad de la
persona, y por eso hoy cuesta entender que Dios es Padre. Esto ha provocado una
fractura de la que no nos hemos recuperado”.
En la Iglesia “también experimentamos esta emergencia
educativa, la dificultad para educar la fe como conciencia, como experiencia
humana, como algo que genera personalidades adultas y no simplemente un fervor
adolescente, valores o sentimientos”. De hecho, afirmó, “para decir que hay que ser bueno no
necesitamos estar en la Iglesia; eso es para todos los hombres. Otra cosa es
que la fe cristiana me ponga en mejores condiciones de ser bueno, si Dios
quiere y yo me dejo. Eso lo vemos en los novios que se preparan para el
matrimonio, en los chavales de confirmación… pero esto viene dado también por
la debilidad del sujeto educativo, no sólo del destinatario”.
Causas de la emergencia educativa
Para entender este fenómeno,
Benedicto XVI alude a un punto clave: “la
duda sobre el significado y el valor de la persona, sobre su origen y su
sentido. Existe una duda sobre que la vida sea un bien y merezca la pena. La
percepción cristiana elemental, la que han tenido siempre los pobres de la
Iglesia, es que la vida es un bien, y va hacia un destino bueno, que es Dios, y
que tener hijos es un bien, y que querer a una persona es un bien. Ahora esto
no está claro: se usa a la persona mientras sea placentera, y después cortar y
seguir. Éste es el ambiente que respiramos; no sólo se respira aire, sino
también cultura, mentalidad, casi sin darnos cuenta”.
En el fondo, dijo el ponente, “¿qué es educar? Decirle a un hijo que la
vida es un bien, que no te va a defraudar, que existe un destino bueno. Sin
esta hipótesis de esperanza no se puede educar, sólo enseñar cosas. La
educación es responder a las grandes cuestiones del sentido. Cuando se
descartan estas preguntas del sistema educativo, éste se queda en un manual de
instrucciones. Hace falta una hipótesis de sentido”.
Hoy, sin embargo, “hay un escepticismo sobre la bondad de su
vida. En la raíz de la crisis de la educación hay una crisis de confianza en la
vida, según Benedicto XVI. En el cine, en el arte, se percibe esta
desesperanza, y no permite transmitir la bondad de la vida, la confianza en
ella. La educación consiste en la pregunta por la verdad que puede guiar la
vida. Para no ser simples vagabundos en la niebla, sino que tengamos una
certeza en la vida, de que es un bien. Si no, tenemos que ir a tientas”.
Silencio sobre el sentido y el drama de la libertad
Hoy, continuó diciendo Restán, “hay un gran silencio en la educación sobre
las grandes preguntas del sentido de la vida. Renunciar a una hipótesis de
sentido es la muerte de toda educación, que se convierte sólo en orden y
algunas habilidades para encontrar trabajo”.
La educación “pasa por la libertad, y esto es dramático. Hoy muchas veces no se
educa porque tenemos miedo a la libertad del sujeto que tenemos delante. El
Papa dijo ayer [por la catequesis en la audiencia del miércoles 30] que el modo
de ser omnipotente de Dios fue crear la libertad del hombre, renunciando así
Dios a una parte de su poder, creando al hombre libre y esperando de él una
respuesta y un amor libre. Éste es el misterio más grande, Dios es la razón que
es amor, y que sólo se entiende mirando a la cruz”.
“Pero cuando educamos no queremos afrontar que nuestro alumno, hijo,
oyente… nos partan la cara por lo que les proponemos. Y por eso ya no les
proponemos nada. ¿Para qué va a jugarse el tipo el profesor con sus alumnos, si
lo van a rechazar?”, afirmó. Esto pasa también en la comunicación de la fe,
que “no es algo automático. El
destinatario tiene que hacer suyo ese contenido que se transmite. Por eso el
punto de la libertad es fundamental. La educación es el encuentro de dos
libertades. Si no hay una verificación por parte de la persona, al final la
educación es como un barniz que se va con el tiempo”.
Amar al otro para poder educar
Sin un amor por el otro, tampoco
se educa. Restán dijo que esto se ve con claridad en la película Los chicos del coro: “el profesor aparentemente gris, mediocre y
fracasado que acaba en un triste internado de provincias de la Francia de la
posguerra consigue educar a los niños, porque los quiere. No los quiere porque
son majos, de hecho son insoportables. Pero él los ama, los mira y ve el valor
de la persona, mirando más allá de su apariencia sus corazones, un corazón
hecho para el infinito. Si falta este punto, no se educa”.
Y en este momento el adjunto a la
presidencia de COPE recordó al santo
del día, Juan Bosco, que decía que “la educación es cosa del corazón, y sólo
Dios es su dueño”. Tiene que partir “de
un amor al otro, de la conciencia de que el otro es un bien. Y eso no es sólo
cosa de profesores y padres, sino también de los periodistas, por la fuerza
brutal que tienen los medios, tanto para educar como para deseducar. Si a mí,
al comunicar, mis destinatarios no me importan un pimiento, no llego a ellos. La
educación sólo puede nacer del amor y del dolor: del amor que hemos encontrado,
y del dolor que nos produce que los otros no hayan encontrado a Jesucristo”.
La centralidad del testimonio
El ponente pasó a reflexionar
sobre una cuestión vital en este tema: “el
educador es un testigo de la verdad que propone. Benedicto XVI, cuando habla,
nunca percibes una distancia entre su persona, la de un hombre de 84 años
cansado, y lo que dice. Siempre percibes que el vínculo entre él y lo que dice
está vivo, en el modo en que lo dice, cómo se pone en juego él al hablar. Uno puede
estar diciendo cosas que son verdad, pero con una distancia entre la propia
persona y lo que dice. En el testigo no hay esa distancia, porque transmite su
propia experiencia, su propia certeza. Cuando el maestro del coro de la película
enseña a los niños de la película, no les transmite sólo música, sino en el
fondo de que la vida es un bien, la vida se expresa en el canto y el canto es
bello. Aquel maestro era un testigo”.
El testigo “habla de sí mismo, pero remite siempre a otra cosa. Y eso es siempre
claro en la fe. San Pablo decía: miradme a mí, pero para ver en mí la obra de
Cristo, no lo que yo con mi carne hubiera hecho (perseguir a los cristianos),
sino lo que ha pasado después del encuentro con Alguien que ha cambiado mi
forma de percibir la realidad. San Juan Bosco, en la Turín del siglo XIX, logró
hacer la nueva evangelización, porque le dijo a los chicos de la calle: tu vida
vale”.
El testigo, el maestro, el padre,
el sacerdote… “tiene que estar dispuesto
a pagar el precio de esta comunicación. Educar es un riesgo, como dijo un
maestro. Pero Dios ha querido correr este riesgo, el riesgo de que le digamos
que no”.
La pedagogía del deseo
José Luis Restán señaló la
denominada pedagogía del deseo como un apunte de máxima actualidad en la
emergencia educativa: “el Papa ha
dedicado una catequesis entera al deseo como lo que constituye la entraña del
hombre. El hombre está insatisfecho, tiene sed de más, de amor, de belleza, de
justicia… a veces consigue aquello que busca, pero ve entonces que es
insuficiente”.
Esta fuerza del deseo es positiva
para el Papa, es un cauce educativo buenísimo. “Hay que ir hasta el fondo de este deseo, no hay que sofocarlo, sino
descubrir que es un deseo que lleva al Infinito. Éste es un recorrido a cuyo
encuentro sale la propuesta cristiana. Así fue el encuentro de Jesús con la
samaritana junto al pozo, que fue un puro encuentro educativo. Jesús sale al
paso de su deseo, no le reprocha. Le dice: lo que tú deseas, lo que has
buscado, soy yo quien lo sacia”.
Esto es un punto esencial en la
educación, sobre todo en los jóvenes, según afirmó el ponente. Por un lado,
está la cuestión de la razón: “no podemos
educar en una fe que tenga miedo de la razón, que sea puro sentimiento y
devoción. La fe es el conocimiento profundo de la realidad, nos da la clave y
el criterio para entender la vida y todo lo que hay. Si los jóvenes, y todos,
no perciben que la fe se traduce en una inteligencia de la realidad, que yo
entiendo mejor cómo se vive, por qué se vive… la fe termina convirtiéndose en
un florero”.
El segundo aspecto es la
afectividad, “que es como Waterloo, la
batalla final en la que se pierde la guerra. Ha calado en nuestra sociedad la
percepción de que la fe es enemiga de la felicidad del hombre y de nuestra
libertad. Si esta sospecha se le cuela a un chico y no tenemos la capacidad de
hacerle experimentar que vivir la fe en la Iglesia es lo más humanizador, la
batalla está perdida”. Por eso ocurre que “aunque aprendan muy bien el catecismo, cuando llega el momento del
noviazgo, del trabajo, del compromiso social… la fe pasa a ser un bonito
recuerdo de la infancia y de la juventud en el mejor de los casos”.
Lo que distingue una comunidad
que educa es que “los chavales crecen con
esta conciencia de que la fe es amiga de lo humano; mejor, es la que salva lo
humano. ¿No decimos que Jesús es salvador? No sólo cuando muramos, sino aquí y
ahora. Y si no hay conciencia de esto, la educación en la fe está coja”.
Conviene vivir la fe
Es preciso que los que se educan
verifiquen que es conveniente vivir la fe: “sí,
te conviene vivir la fe, es bueno para ti vivir la relación con Cristo en su
Iglesia, escuchar su palabra, celebrar los sacramentos, vivir la caridad,
escuchar a los sucesores de los apóstoles… Si esto se hace bien, hace que tu
vida vuele, que no se arrastre. Hace que tu vida afronte la enfermedad, el paro,
el amor, la construcción de la sociedad”.
José Luis Restán concluyó su
conferencia afirmando que este Año de la Fe “el
Papa quiere que sea un gran acto educativo… Si hacemos grandes actos pero no se
transforma en una herramienta educativa, en una continuidad en el tiempo a
través de un acompañamiento, de una comunidad, de un testimonio adulto… no
habrá servido”. Y esto “es una tarea
para todos, que nace del gozo que hemos vivido, al experimentar que Jesucristo
es el tesoro de la vida. Y así, aunque fracasemos, no importa. Importa el
corazón, este impulso”.