JOSÉ ÁLVAREZ ESTEBAN
Ya todo empieza de nuevo. Por más que el verano se nos antoje largo las fechas nos cogen casi siempre desprevenidos, baja la guardia. Son días estos que obligan a coger los bártulos cual colegiales que cursan la disciplina de la vida, a retomar trabajos y a replantearlos, a calibrar las propias fuerzas y las que se nos ofrecen. La nuestra es una labor compartida y es bueno que así lo sea. Compartimos las cargas y se aligeran los pesos, compartimos los éxitos y los fracasos, las alegrías y penas de la Evangelización, que de todo hay. De ahí el paso obligado a la previsión, la puesta sobre la mesa de las tareas que se han de asumir, del peso que se puede soportar, de las manos con que se cuenta. Todo es objeto de «previsión», eso que también llamamos «programación», para que las tareas no nos superen, para que los acontecimientos no se nos adelanten y nos cojan desprevenidos.
Las Témporas de octubre nos han llamado de nuevo a la siembra. Ahora el campo es nuestra Diócesis, eso que decimos «Iglesia local», Iglesia que vive y se despereza del entretiempo del verano y pone a punto los engranajes que mueven el caudal de la fe, por donde circula la vida del espíritu. La Diócesis con cada una de sus parroquias y comunidades vive de fe, una fe que si no mueve montañas sí está llamada a mover y remover el peso muerto de una sociedad tan desfondada en lo social, en lo político y religioso.
En la festividad de san Atilano del pasado martes el obispo D. Gregorio daba la señal de salida para todos los sectores e instituciones de la Iglesia en Zamora, al tiempo que indicaba la clave para un buen recorrido. Por si todavía quedasen restos de la modorra del verano, por si hubiese algún que otro despistado, Evangelio en mano urgía nuestro obispo a sobrepasar las orillas de la comodidad y a evangelizar no desde la arena sino «mar adentro», desde una vida de hondura e interioridad, desde un afán apostólico y con conciencia de testigo.
¡Éxito en la empresa!, en el bien entendido de que el término «éxito» no describe el final sino la partida, el punto de salida y ahí, independientemente de nuestras fuerzas o facultades, estamos convocados todos. En el bien entendido también de que el vocablo «empresa», lejos de referirse a un servicio con fines lucrativos, describe más bien lo arduo y lo dificultoso de la tarea que nos ha sido encomendada, y ahí está Dios.
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