LUIS SANTAMARÍA DEL RÍO
El próximo 10 de noviembre llegarán a Zamora, por Benavente, los dos signos principales de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ): la Cruz de los Jóvenes y el icono de María. Hasta el día 14 harán un amplio recorrido a modo de peregrinación que integrará el encuentro de personas, la oración y la presencia en lugares de dolor. Y, sobre todo, será una muestra pública de la fe cristiana, con el simple hecho de mostrar el que consideramos instrumento de nuestra redención. Algunos podrán decir que no es nada nuevo, ya que vivimos en una tierra acostumbrada a barrer la calle para que pasen por ella Cristo y su Madre, como canta el célebre «Bolero de Algodre». Sin embargo, esta cruz y esta imagen mariana tienen un profundo sentido, que se lo ha dado su viajar por todo el mundo, encomendados por Juan Pablo II a los jóvenes, para hacer presente a Jesús de Nazaret, Señor de la historia, en todos los rincones de la tierra.
Una cruz de madera, sin más. Nada de arte ni nada de belleza. Por eso, cuando ante las actitudes de desprecio de este signo en nuestra sociedad, algunos salen a defenderlo no por motivos religiosos sino artísticos, la Cruz de los Jóvenes resulta una provocación. Porque no podemos elevarla a la dignidad patrimonial de nuestros pasos de Semana Santa ni de las tallas de gran calidad de nuestras iglesias. Es una cruz, sin más. Ni siquiera tiene representado a su protagonista, el Crucificado. Ante ella han rezado millones de personas en todo el mundo, y ha pasado por las manos de miles de jóvenes que la han cargado en un gesto solidario con aquel que dio su vida por amor.
Hace unos días, el Club de este periódico contó con la presencia de un teólogo de esta tierra, Eloy Bueno de la Fuente, que metió el dedo en la llaga, y nunca mejor dicho. Recordó que el mundo actual es heredero de la alternativa que planteó Nietzsche, entre el dios griego Dionisio y el Crucificado de Nazaret. Cuando se olvida al Maestro clavado en el madero, queda en el aire la dignidad de todos los crucificados, de las víctimas de la historia humana. «El olvido del Crucificado, ¿no implica el desprecio de los crucificados: agonizantes, enfermos, discapacitados, los que no consumen, los que no producen, los que no dan placer…», dijo Bueno. Por eso, los creyentes acogeremos «el paseo» de la cruz con admiración y veneración. Para muchos será un escándalo. Para otros, sigue siendo el recuerdo permanente de un amor de Dios que ha llegado hasta ahí. Un amor crucificado.
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