AGUSTÍN MONTALVO FERNÁNDEZ
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor – Ciclo C
“Bendito el que viene como rey en nombre del Señor” (Lc 19, 38). “Ellos seguían gritando: ¡Crucifícalo!” (Lc 22, 21)
Durante mucho tiempo me costó comprender el contraste entre los gritos que señalan los dos versículos del evangelio de Lucas que encabezan la columna y que leemos en este Domingo de Ramos. Aquellos que subían con Jesús a Jerusalén para celebrar la Pascua lo aclaman y festejan: ¡Viva el Altísimo! Pocos días después los mismos o parecidos piden a gritos su cabeza. ¿Cómo explicar un cambio tan radical de actitud? Podría pensarse que el pueblo es voluble y manipulable, y buscar hoy explicación desde la psicología de masas. Es posible.
Da la impresión, sin embargo, de que los festejos de la entrada se dirigen al Mesías, sin duda, pero a otro mesías, no a aquel que cabalga en un borrico. Han esperado al Salvador, se han forjado de él una imagen que responda a sus expectativas pero no a la que los profetas han ido progresivamente perfilando, y mucho menos a la que el Nazareno encarna. Por eso entre las aclamaciones Jesús se siente solo y extraño. Ni siquiera sus discípulos han comprendido bien a quién están acompañando, y poco después lo abandonan.
Y ante Pilato, que cobardemente lo condena, los sumos sacerdotes que lo acusan y la multitud enardecida que exige para él el patíbulo, vuelve a experimentar una inmensa soledad. La imagen de “la Sentencia”, de Ramón Núñez, expresa con acierto esa infinita soledad.
Cuando comenzamos la Semana Santa y en multitud vamos a acompañar o a presenciar las imágenes que recuerdan aquellas trágicas escenas, o en minoría nos disponemos a actualizarlas dentro de los templos, se nos ofrece la oportunidad de preguntarnos si de verdad conocemos y aceptamos al Cristo Hijo de Dios, o estamos tal vez celebrando “nuestro” Cristo, a la medida de nuestros intereses o aspiraciones mermadas. Pueden existir oraciones bellísimas, ceremonias y fiestas preciosas, pero… acaso dirigidas a otro Señor. Qué llamada más sentida a la autenticidad tenemos por delante.
Igualmente las celebraciones solemnes de estos días invitan a los cristianos a no reproducir de nuevo a la multitud que alborotada pedía la muerte o asentía impasible. Por acción o por omisión no podemos ser cómplices de la injusticia, del sufrimiento o de la muerte de los inocentes.
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