Recientemente hemos asistido al circo formado en torno a un joven sacerdote de Toledo, cuya lamentable actuación ha salido a relucir en todos los medios de comunicación. Dejando de lado el caso particular, ya vemos cuál es el eco público del Año Sacerdotal. Motivo de escándalo para muchos, de burla y desprecio hacia el clero para otros. Y para muchos creyentes habrá sido un aliciente más para rezar por la santidad de los sacerdotes. Una vida puesta en entredicho, la del cura. Pero un ministerio apasionante. Benedicto XVI se encontraba el mes pasado con su presbiterio diocesano, el de Roma (no olvidemos que es el obispo de allí), y compartía con sus curas una larga meditación sobre la Carta a los Hebreos. Según explicaba, el sacerdote es el hombre que vive y sufre cada día con los demás para llevar a Dios las miserias del mundo. Por eso su ministerio no puede reducirse a una ocupación parcial: debe entrar, como Cristo, en el centro de la pasión, de los dolores, de las tentaciones del mundo, para ser mediador y puente entre Dios y los hombres. Por un lado, tiene que ser de Dios. Por otro lado, debe ser hombre, y “humano es ser generoso, es ser bueno, es ser hombre de justicia, de prudencia verdadera, de sabiduría”. Y entra en lo que muestra el lema del Día del Seminario (Una vida apasionante): “sufrir con los demás: ésta es la verdadera humanidad… participar realmente en el sufrimiento del ser humano, ser un hombre de compasión”. Lo que traerá consigo vivir los infiernos de los hombres, y el propio pecado y limitación, para mostrar el cielo a los hombres. Como le dijo el cura de Ars a aquel pastor: “te enseñaré el camino del cielo”.
“Criterios” de Iglesia en Zamora nº 93.
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