AGUSTÍN MONTALVO FERNÁNDEZ
Domingo III de Cuaresma – Ciclo C
“¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos para acabar así?” (Lc 13, 1-9)
Se trataba de dos acontecimientos recientes que habían conmocionado a la gente de Judea: la matanza por orden del sanguinario procurador romano Pilato de un grupo de galileos zelotas, piadosos revolucionarios en busca de una sociedad más justa, y la desaparición de la opresión romana mientras ofrecían el sacrificio en el templo, y la muerte por accidente de dieciocho trabajadores aplastados por la torre de Siloé cuando trabajaban en su restauración. Hoy podríamos hablar de una masacre terrorista un día cualquiera en Afganistán o del último seísmo de Chile. Entonces, como hoy, la sensibilidad ante el sufrimiento injusto provoca desconcierto, indignación y preguntas.
Junto a esto aparece además la búsqueda de culpables. En la mentalidad judía de entonces, no siempre ausente tampoco entre nosotros, detrás de esos sucesos estaba la justicia de Dios que castiga o premia en este mundo. El pecado, en definitiva, siempre atribuido a los demás, sería la causa de las desgracias. Jesús utiliza la ocasión para tratar de cambiar esta mentalidad. Anima a mirar el propio interior e invita a convertirse. El pecado está en todos y si no hay cambio profundo no existirá vida verdadera.
Es cierto que el pecado es la causa de muchos de los males que atenazan buena parte de nuestro mundo. Se llama egoísmo, ambición, injusticia, violencia, fanatismo? Son conceptos teóricos, pero se hacen concretos en el interior de cada ser humano con nombre y apellido y con frecuencia toman cuerpo en instituciones injustas, «estructuras de pecado», que contagian la actividad política, económica o social. Los males que lamentamos no son fruto del azar.
Por fortuna la sociedad se ha hecho más madura ante las estructuras y las instituciones, se han logrado importante conquistas en el orden político y socio-económico, una mayor participación en la gestión pública, un esfuerzo por una distribución más equitativa de lo que se produce, una más fuerte conciencia crítica ante el ejercicio del poder a todos los niveles, etc., pero?
Pero los culpables de lo que no va bien casi siempre son otros. Se hace necesario mirar al interior de cada uno para descubrir la propia responsabilidad, por acción o por omisión.
Sería un error pensar que una sociedad más justa y un futuro más humano para todos serán posibles sólo con unos proyectos políticos buenos, aunque sean necesarios. No habrá una sociedad nueva sin unos hombres nuevos con el corazón convertido. Los cristianos tenemos mucho que hacer en este sentido. El evangelio de hoy es bien claro.
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