JOSÉ ÁLVAREZ ESTEBAN
Suelo escribir estos comentarios en la noche y en la cama, allá por las dos o tres de la madrugada cuando ya el sueño va de vencida y está la mente como para afrontar la nueva jornada. Así sucede ahora. ¿Que dónde escribo?, pues en algo que me ofrezca un apoyo, un estribo, el libro que circunstancialmente ande por la mesilla de noche. En un libro, no importa el título, en su última página, redacto estas líneas.
¿Tan complicado dar un salto en el tiempo y entender que este variopinto mundo que, por los días de la Semana Santa, discurre Santa Clara arriba, San Torcuato abajo, Rúa adelante hacia la catedral, no hace más que resucitar aquel otro que, veinte siglos atrás, en Jerusalén, sintió a lo vivo lo que nosotros ahora no recordamos sino en imagen?; ¿tan poco imaginativos como para no dar vida a estas representaciones nuestras de Ramón Alvarez, o de Gaspar Becerra o de Gregorio Hernández y vestir de carne y actualidad al Longinos, a los sayones de la crucifixión, a la Soledad; ¿cómo, más allá de la imaginación, cargadores y congregantes no se van a meter en la piel del Cirineo que, en un ejercicio de justicia distributiva, carga sobre sus hombros y alivia a un Jesús que no va más allá?; ¿tan difícil hacer de la oscuridad de la noche en Viriato la traslación en el tiempo de esas tinieblas que, según San Mateo, desde el mediodía cayeron sobre la región hasta la tres de la tarde?
Semana Santa en Zamora, un ejercicio visual y de imaginación. Leo en el último número de la revista “Patrimonio” (Nº 40): “¡Cuántas veces hay que cerrar los ojos para poder ver y cuántas otras no alcanzamos ni a intuir siquiera lo que tenemos delante, aun con ellos abiertos por completo! La vista es un sentido paradójico, en no pocas ocasiones engañoso y en otras en cambio revelador”. Por eso se hace necesario entrenar la mirada, tomar perspectiva y otear de lejos. Es complicado desentrañar el misterio, pero es al tiempo un aliciente poderoso. Lo importante no es lo que haya podido quedar en la cámara fotográfica sino lo que ha se nos haya incrustado en el alma. La fe, esa mirada desde la que nos entendemos los creyentes, reconoce la existencia de un patrimonio integrado no por bienes construidos o fabricados por el hombre, sino por los hechos del pasado. Para unos la Semana Santa un vago recuerdo sin contenido, para otros “la escuela viva de un suceso histórico, un lienzo al aire libre para educar y entender el valor de la memoria” (Patrimonio, Nº 40).
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