JOSÉ ÁLVAREZ ESTEBAN
Transitamos los cristianos por
esa pista que, en lenguaje religioso, decimos «Tiempo Ordinario» (T. punto O.
punto). No da para mucho el término «ordinario» que, si por una parte define
algo que es habitual y frecuente, por otra describe lo que es de mal gusto y de
baja calidad. Más allá de la duplicidad de significados, el «Tiempo Ordinario»
mira a esas 23 semanas, la parte más extensa del Año Litúrgico, en la que no se
celebra ningún aspecto concreto del misterio de Cristo.
Apenas cerrado el 2011
transitamos ya confiados las sendas del año nuevo. Tras el aperitivo de las
fiestas de Navidad toca ahora el plato fuerte, el menú de los días, las semanas
y los meses. Se trata de sostener el entramado de la vida y satisfacer el
apetito de pasar, unas tras otras, las hojas del calendario. Un nuevo año este
2012 que se inicia con los fondos invertidos, con los excesos e interrogantes
del anterior. En él todo lo que esperamos, lo que pretendemos hacer con este
depósito, este caudal e hipoteca que se nos entrega. Quizás sea este uno de los
años en que con menos esperanza, con más dudas y recelos, hemos cursado
augurios de felicidad. Es como leer en la mano un futuro que se escapa y que se
antoja difícil de aventurar.
Hay desánimo y angustia. Lo
afirmaba Cáritas en el anuncio y en el mensaje de la colecta especial de
Navidad cuando invitaba a «vivir con sencillez». El pesimismo no consiste en
cansarse del mal sino del bien. La desesperanza no consiste en cansarse ante el
sufrimiento sino en el hastío de la alegría. Hemos vivido demasiado bien, ¿a
qué negarlo?, y eso ha dejado de funcionar. El que en un pasado reciente y en
el recuerdo hayamos podido disfrutar de un aceptable nivel de vida nos alerta
de nuestra decadencia, que ya quisiéramos fuera tan solo económica. Entendemos
perfectamente el valor que la salud moral tiene para la humanidad por más que
no la tasemos en euros.
Cambiamos de color. Verde, verde,
para este «Tiempo Ordinario». No el verde de esos brotes que nunca llegaron; sí
el verde de lo inmaduro y del estudiante que no termina de aprender la lección;
el verde de las promesas incumplidas y de lo que todavía está por llegar. Ahora
es la Europa del euro, la sociedad entera, nuestra nación con sus regiones y
autonomías, las que están llamadas a examen. El futuro se extiende delante de
nosotros horizontalmente, paso a paso. Habrá que resolver los problemas uno por
uno, no todo a un tiempo. En esas andamos, y no sólo los políticos, también el
ciudadano de a pie y nosotros con él.
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