MANUEL SAN MIGUEL
La liturgia cristiana comienza
con este domingo el llamado Tiempo Ordinario. Es el tiempo para profundizar en
el Misterio Pascual y vivirlo en el desarrollo de todos los días, es decir,
tiempo del compromiso, de la seriedad en el trabajo, de aquello que no se ve
pero que es eficaz. Ya lo dice el libro del Eclesiástico: «todo tiene su
momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo» (Ecl 3,1). ¿Cuál es el nuestro?
Según los datos que circulan en
prensa el 30 % de las personas que sufren el paro en España no recibe ningún
tipo de subsidio. A su vez, todos conocemos a pensionistas que cobran una
pensión alrededor de 1600 euros mensuales. Son extremos de la realidad en la
cobertura del mal llamado estado de bienestar que supuso un avance en todos los
órdenes de la vida pero que hoy está en peligro de muerte. Todos sabemos que
pasar de una situación favorable económicamente a otra de signo contrario, nos
cuesta más, que es lo que está sucediendo ahora.
¿Es que no nos queda otra?
Algunos se sentirán un tanto aliviados porque les ha tocado la lotería.
¡Enhorabuena! Pero no esperemos que llueva dinero del cielo todos los días,
sino fijémonos en las iniciativas de personas, empresas e instituciones que
están apostando por un nuevo estilo de vida y de gestión, más austero y más
solidario; una mayor racionalización de los gastos, un sentido del trabajo
donde prima la honestidad y el esfuerzo.
Aquí en nuestra ciudad zamorana
en el pasado mes de noviembre un grupo de empresarios de hostelería organizó una
cena solidaria en favor de Cáritas Diocesana. Los voluntarios de Protección
Civil calladamente cada año organizan una cena para las personas sin techo en
la Nochebuena? O la labor de sacerdotes y voluntarios que atienden desde las
parroquias a muchísimas familias en situación muy precaria. Estas iniciativas
dignifican a las personas. ¿Nos enteramos de esto? ¿No se valora?
El Concilio Vaticano II, cuyo 50
aniversario celebramos en este 2012, apostó por romper las barreras que muchas
veces separaban a la Iglesia de la sociedad y trató de plasmar en la práctica
el principio del amor fraterno con aquellos más pobres y necesitados. Dando
lugar a los criterios de la llamada DSI (Doctrina Social de la Iglesia).
Me decía el otro día un buen
amigo que los cristianos nos estamos aburguesando, pero que a la vez hay muchos
rostros que interpelan a los no creyentes con sus iniciativas y trabajos.
Arrima el hombro, porque de aquí
se sale.
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