domingo, 31 de julio de 2011

Se hacía tarde


FRANCISCO GARCÍA MARTÍNEZ

Domingo XVIII del tiempo ordinario – Ciclo A

“La gente lo siguió” (Mt 14, 13-21)

Esta misma expresión aparece hoy en el evangelio. Una multitud sigue a Jesús esperando de él algo que les aligere las fatigas de sus vidas. Jesús se había separado por unos momentos con sus discípulos (para descansar, para orar, para explicarles personalmente los misterios del Reino…), pero allí está otra vez la multitud con sus dolores. Jesús se vuelve a ellos y cura a algunos.

En esas los discípulos le recuerdan que «se hace tarde», que cada uno a su casa. Pero no hay forma de tener un corazón misericordioso y poder apartar la vista de ellos, no hay forma de mirarles y preocuparse del último fichaje millonario del fútbol o de las últimas estupideces que dice la última reina de la tele-basura… (perdón, me he despistado). Jesús no puede y esta es nuestra esperanza. Ve nuestras fatigas y no nos despacha porque necesite tiempo para él. Al final del relato el que todos queden saciados y sobre todo es un signo del final de cómo terminará la acción de Dios, de cuándo descansará: cuando todos estén saciados y llenos de vida. Esta es nuestra esperanza, que no seremos abandonados porque Dios quiera tener tiempo para él porque se ha terminado su horario de atención.

Pero en el mismo relato aparece una imagen que nos lleva a desesperar de este mundo. Los hombres, da lo mismo los sufrimientos que veamos, seguimos pensando que podemos vivir al margen de ellos, que podemos retirarnos a nuestra casa como si no existieran las fatigas del mundo. ¡Venga, Jesús, que se hace tarde, despídelos y a descansar! Y así va el mundo, todos sufriendo, antes o después, algunos con un exceso de sufrimiento que ni siquiera imaginamos, y todos creyendo que se puede dar la espalda y seguir viviendo como si tal cosa. ¿Cómo no desesperar en este mundo?

La Iglesia es llamada por Dios a ser signo de que es posible la esperanza. Pero, ¿qué tendremos que hacer nosotros que queremos constantemente escabullirnos, ensimismados en nuestros dolores o en nuestros placeres para que sea así? Los primerísimos cristianos al celebrar la eucaristía compartían también la comida y veían cómo comenzaba a hacerse realidad una vida de amor donde todos eran sostenidos por todos gracias al amor que Dios había puesto en cada corazón y que masticaban juntos al comulgar la misma vida de Jesús. Quizá sentían cómo el tiempo se detenía y a nadie «se le hacía tarde», porque cuando uno vive del amor ya está todo hecho.

La Opinión-El Correo de Zamora, 31/07/11.

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