domingo, 24 de julio de 2011

¿Piedra preciosa o pedrada?


AGUSTÍN MONTALVO FERNÁNDEZ

Domingo XVII del tiempo ordinario – Ciclo A

“El Reino de los Cielos se parece a un comerciante de perlas finas” (Mt 13, 44-52)

«La Perla» es el título de una preciosa novela del Nobel John Steibeck, tal vez algunos (ya no jóvenes) recuerden la película que con su argumento dirigió «el indio» Fernández. Es una parábola. Un humilde pescador de perlas logra un día una de extraordinario valor y piensa que aquel hallazgo dará un vuelco a su vida sacando a su familia de la pobreza, pero en realidad el vuelco consistirá en convertirla en una tragedia, por lo que acaba por arrojar la joya al mar.

En el evangelio de hoy Jesús con otra parábola compara el Reino de los Cielos con una perla preciosa por la que merece la pena dejarlo todo, relativizar todo lo demás, porque ella sí da la felicidad, en ella se encuentra el verdadero sentido de la vida. Quién lo diría viendo la vida de tantos cristianos con talante resignado, observando mediocre y rutinariamente los «deberes religiosos», viviendo la fe como un peso o una obligación más que como un don y una fuente de paz y gozo profundos. Parece que más que haber encontrado la piedra preciosa les «ha tocado la china».

Muchos piensan que los cristianos somos unas personas resignadas y negativas, como si el Dios en quien creemos fuera un aguafiestas obligando únicamente a renunciar. (Hemos de reconocer que a veces damos pie para pensar así). Pero «discípulo de Cristo no es alguien que ha "dejado", es alguien que ha "encontrado"» (Pronzato).

Los niños quieren tenerlo todo al mismo tiempo, pero cualquiera sabe por experiencia que para poseer una cosa hay que renunciar a otras, el problema está en discernir cuál es el valor de lo uno y lo otro y elegir en función de ello. Jesús enseña que Él y su seguimiento son lo único que sacia el deseo humano más profundo de plenitud y felicidad. Pero alcanzarlo, claro está, tiene un precio a veces alto. Un verdadero cristiano no busca la renuncia, elige lo mejor y aquella es la consecuencia. Y siempre merece la pena. La historia está poblada de grandes santos que lo han vivido en grado sublime: ¿Quién puede decir, por ejemplo, que un Francisco de Asís fue un infeliz por haber renunciado a su holgada posición social y abrazado la absoluta pobreza tras su elección de Cristo como único Señor con quien se había encontrado? Es difícil encontrar una persona más libre y más feliz que el «poverello» de Asís.

Pero ¡ojo!, todas las parábolas del Reino hablan de este como algo dinámico, que requiere esfuerzo. La perla no viene a las manos sin más, hay que buscarla. Y no la tenemos para conservarla únicamente, porque nos acostumbramos a ella y va perdiendo brillo y valor, se trata de dejarnos maravillar por ella cada día y de ponerla constantemente en valor.

La Opinión-El Correo de Zamora, 24/07/11.

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