domingo, 5 de diciembre de 2010

A Don Vicente (Carmelitas de Toro)


La comunidad de Carmelitas Descalzas de Toro ha escrito este artículo en recuerdo del sacerdote diocesano Vicente Gullón, fallecido el pasado 21 de noviembre.

Muchos y gratos recuerdos nos ha dejado el que fuera, durante más de 16 años, nuestro confesor: amigo y hermano D. Vicente.

Como diría Santa Teresa: “plego a Su Majestad, me dé acierto en decir lo mucho que nos favoreció en vida este siervo de Dios que, aunque vaya un poco desconcertado, sirva para que los que lo leyeren alaben mucho al Señor por la obra de amor que realiza en aquellos sus siervos, llamados a su santo servicio…”. Teresa de Jesús quería para sus hijas “el trato con personas doctas y santas, que tengan letras y bondad para que la perfección en sus conventos vaya adelante… gran cosa es letras para dar en todo luz”, nos dirá en el capitulo V de su Camino de Perfección. Las que tuvimos la suerte de tratar con D. Vicente, más íntimamente sabíamos de su gran corazón e inteligencia y la verdad es que nos hemos sentido siempre agradecidas por su amistad, por tenerle y saberle cerca, particularmente en el ejercicio de su ministerio sacerdotal.

En las charlas que asiduamente nos daba como preparación al sacramento de la reconciliación, siempre reflejaba profundidad en los temas que exponía y que enlazaba con la realidad cotidiana. Nos informaba a su vez de la marcha de la Iglesia y de la sociedad con la que había que hacer camino como realidades complementarias y no antagónicas: la Biblia y el periódico siempre de la mano, entretejidos en el discurrir diario, en los que se descubre la huella, el paso del Señor. Nos citaba con frecuencia a su amigo el teólogo Andrés Torres Queiruga, con su certero análisis de las realidades presentes.

Campechano, franco, sincero, abierto y también algo tímido, con un sentido del humor que sazonaba toda conversación. No es fácil definir su rica personalidad, amigo de buenos libros, le encantaba la lectura que con frecuencia practicaba al unísono de sus paseos diarios. Le gustaba estar al día de lo que acontecía, siempre atento en captar por donde iban los signos de los tiempos. Buen escritor, apareció su pluma con cierta frecuencia en el periódico local en variados acontecimientos diocesanos y a veces, ejerciendo su función profética: llamando a las cosas por su nombre con todo respeto y verdad. Conservamos algunas de sus cartas a Hna. Mª Pilar, la que fuera nuestra decana con 91 años, fallecida hace tan solo 2 y con la que tenía sus detalles y bromas (que las demás reíamos) y a la que llamaba “su amiga predilecta”.

A lo largo de estos años y, sobre todo en su enfermedad, veíamos cómo iba madurando, cómo el Señor le iba preparando para el encuentro final. Nos contaba que, en sus muchas idas y venidas al clínico y días de ingreso, allí, unido, “atado” a la cruz de Cristo, participando de su misterio redentor, miraba al crucifijo de la habitación del hospital (más bien al lugar donde antes había estado y ahora quedaba una pequeña sombra en la pared) y en el crucificado encontraba fuerza para soportar los continuos dolores de lo que fuera una “novena” de intervenciones quirúrgicas que sólo su fuerte naturaleza y su gran ánimo pudieron resistir. Valiente hasta el final, testimonio de esperanza firme en el Crucificado y Resucitado y de ese amor por la vida, que volvía a brotar después de cada intervención, regalo del Dios de la vida, que agradecía con amplia sonrisa y renovado corazón al poderse incorporar de nuevo al cuidado de sus feligreses y a la actividad cotidiana.

En este Adviento, cuando ya su espera y su esperanza están cumplidas, resuena en nuestros oídos el himno “Rorate Coeli” propio de este tiempo; así como otros cantos con los que comenzaba sus pláticas, según el tiempo litúrgico. Recordar esa privilegiada voz que el Señor le concedió y con la que nos deleitó en numerosas ocasiones, es alabar al Dador de todo don y gracia. Seguro que ahora, unido al coro de los ángeles, en perfecta sintonía canta, alaba y glorifica al Dios uno y Trino en el que creyó y esperó, al que amó y se entregó.

Agradecemos la vida de este sacerdote, regalo del Señor a esta diócesis de Zamora mientras que confiamos a su intercesión todas sus necesidades e intenciones, especialmente las vocaciones. Que su vida entregada, como simiente depositada en el surco, fructifique en cosecha fértil de nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas para esta Iglesia local que camina en Zamora.

Gracias D. Vicente, por todo y por tanto. No te olvidamos.

Carmelitas Descalzas de Toro

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