domingo, 17 de enero de 2010

Ya no te llamarán abandonada


FRANCISCO GARCÍA MARTÍNEZ

Domingo II del Tiempo Ordinario – Ciclo C

“Así, en Caná de Galilea manifestó su gloria” (Jn 2, 1-11)

Un día salimos a la vida con la esperanza puesta en el horizonte. Pero este día parece siempre muy lejano ya, porque da la sensación de que a medida que el horizonte se ha ido acercando no coincide con los sueños que lo envolvían. La alegría del comienzo, la pasión del primer impulso no sabe muy bien cómo esquivar las frustraciones con las que nos va vistiendo la realidad. Lo habíamos imaginado todo y comenzamos a vivir con la fuerza vital de una infancia y una juventud casi inmunes al peso de la vida. Un matrimonio, unos hijos, un trabajo, una casa, unos amigos,… Nos casamos con la vida pensando que habría vino para brindar en cada momento, pero sin saber por qué faltó el vino. Y ¿qué es una boda sin vino?

Es en esta tierra en la que comenzó sus pasos Jesús según el evangelio de Juan: una boda, una esperanza y escondida la amenaza del fin de la fiesta y la tristeza subsiguiente porque el vino se está acabando.

Nos sentimos traicionados, engañados por una vida que nos prometió de todo y que nos deja cargados con nuestra pobreza y la pobreza del destino humano (al menos así lo sentimos demasiadas veces).

En medio de esta situación Jesús convierte el agua en vino después de escuchar las palabras de su madre. Con ello (en palabras de Isaías) parece decirnos cuando la tristeza escondida está a punto de arruinar nuestra vida: «Ya no te llamarán abandonada ni a tu tierra devastada. A ti te llamarán mi favorita». Y nosotros no sabemos si creer y seguir echando un agua sin sabor a vino en las tinajas. Si obedecemos a Jesús, si lo seguimos, si guardamos su palabra ¿saldrá de nuestra vida insulsa un manantial de agua de alegría? No hay respuesta que llegue antes de que nos decidamos a obedecer. No hay respuesta que llegue antes de que confiemos en que somos los amados de Dios. No hay respuesta que llegue antes de luchar contra la tentación de la tristeza y la desidia.

Algunos viven como si la fiesta fuera sin fin. Nosotros sabemos que estamos amenazados por el fin de la fiesta. Como María en Caná los cristianos deberíamos saber disfrutar de las alegrías del mundo y a la vez estar atentos a las tristezas que la amenazan. Todo para confiarnos a Jesús, para saber que él es el novio que esperábamos en nuestro corazón, el que pone el vino nuevo que hace amanecer el verdadero horizonte de la vida. Y para sembrar con nuestro esfuerzo un poco de esa alegría recibida en tantos que aún esperan dando vueltas en el laberinto de sus tristezas.

La Opinión-El Correo de Zamora, 17/01/10.

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