domingo, 24 de enero de 2010

El origen de los evangelios


JESÚS GÓMEZ

Domingo III del Tiempo Ordinario – Ciclo C

“Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 1, 1-4.14-21)

Jesús hacía milagros, enseñaba, discutía… A nadie se le ocurrió grabar una sola palabra o un solo milagro. Si no hubiese resucitado, enseñanzas y milagros hubiesen caído en el olvido. Pero resucitó y quienes habían sido testigos oculares, apóstoles y cristianos de la primera generación, comenzaron a recordar, recordar… No todo, claro está, ni tampoco el orden o lugar de los distintos acontecimientos. Uniendo unos recuerdos a otros, se formaron diversas colecciones de dichos y hechos de Jesús, que, por diversos motivos, algunas fueron poniéndose por escrito. En la segunda mitad del Siglo I (Jesús habría muerto y resucitado el año 30), tres personajes con vocación de escritores, Mateo, Marcos y Lucas, conocedores de algunas de esas colecciones, seleccionaron las que se ajustaban mejor a sus respectivos proyectos, las ordenaron y las ensamblaron dándoles la forma de un relato sobre Jesús. Así nacieron tres escritos que en el s. II fueron llamados evangelios. Juan, el autor del cuarto evangelio, siguió otro camino y Lucas fue el único en anteponer un prefacio-dedicatoria a su escrito.

«Puesto que otros, dice Lucas, han emprendido la tarea de ordenar una narración de las cosas que han sucedido entre nosotros… también yo, después de comprobarlo todo diligentemente desde sus orígenes, he decidido, óptimo Teófilo, escribírtelo ordenadamente para que reconozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido». Teófilo se había comprometido a promover la publicación y difusión del escrito.

Lucas nunca pretendió escribir una vida de Cristo, una biografía al modo de un historiador. Su pretensión era consolidar la fe de Teófilo y de los lectores mediante la narración ordenada de «las cosas que han sucedido entre nosotros». En tres capítulos divide su obra: 1º) actividad de Jesús en Galilea, 2º) viaje a Jerusalén y 3º) estancia en la ciudad. Y aunque este orden es común, en Lucas tiene una particularidad: que nunca deja de pensar en Jerusalén. Ya en su primera y única visita a Nazaret Jesús es rechazado por su pueblo. Inevitablemente comenzamos ya a pensar y nunca más dejaremos de pensar en Jerusalén.

Los judíos que volvieron del destierro no terminaban de ver colmadas sus esperanzas. Períodos de relativa prosperidad alternaban con períodos de crisis. En un período de crisis surge un profeta anónimo. Su cometido: evangelizar, traer la salvación a pobres, esclavos, cautivos, ciegos o proclamar un año de gracia. Siglos después otro profeta, Jesús de Nazaret, convierte el cometido aquel en realidad. Lucas lo irá demostrando a lo largo de su evangelio. Su lectura, proclamada a lo largo del año en la celebración litúrgica, consolidará la fe en que fuimos instruidos.

La Opinión-El Correo de Zamora, 24/01/10.

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