sábado, 23 de enero de 2010

¡Dios mío!


LUIS SANTAMARÍA DEL RÍO

Haití… y vuelve la pregunta por Dios. Es normal. En las páginas de los periódicos, sí, pero también entre los escombros de una sociedad rota. Aquí a lo mejor sólo podemos asombrarnos, escandalizarnos y entristecernos por algo que vemos con (casi) toda su crudeza. Aquí incluso sacamos materia arrojadiza, que siempre es buena cualquier excusa para discutir. Aquí, con nuestras cuatro paredes y nuestro tejado, bastante decentes, miramos al cielo gris y lluvioso de estos días, y nos quejamos: ¡Dios mío!

Allí, sin embargo, un periodista ha llegado a oír, entre las ruinas, una voz que decía: “Dios, Tú me diste la vida, ¿por qué sufrimos?”. Ésta es la pregunta verdadera, y no la nuestra. Nosotros nos preocupamos por los que sufren. Pero no somos las víctimas. La pregunta que clama al cielo es la suya, y al erigirnos en nuevos filósofos portavoces de la desgracia humana, olvidamos que poco más podemos ya robarles, cuando desde aquí les hemos quitado casi todo. Ahora, hasta las preguntas. Por eso me admira y me provoca el trabajo de tantos que han hecho, hacen y seguirán haciendo todo lo posible por el pueblo haitiano. Misioneros y cooperantes, algunos de los cuales hemos visto estos días en los medios. Otros no salen, pero están ahí. Y hacen de tripas corazón para incrementar sus esfuerzos, aunque hayan vivido cosas que a cualquiera le harían tirar la toalla. En cuántos lugares ha salido José Miguel, misionero redentorista, contando que la escuela que habían inaugurado recientemente había sepultado a trescientos niños. En lugar de hundirse como los edificios, estas personas resurgen para dar testimonio de esperanza.

¿Dónde está Dios? Eso se preguntarían algunos judíos contemporáneos de Jesús, ante la injusticia que veían. Y encima, al Maestro le dio por lo que aparece en el evangelio de Marcos como el “secreto mesiánico”. Que nadie se entere de quién soy… se sabrá en el monte Calvario, cuando me vean muerto en la cruz. Ése será el desenlace. Y un soldado el encargado de anunciar la identidad de aquel pobre desgraciado: ¡el mismo Dios, sufriendo la muerte del hombre! ¿Dónde está Dios? En las víctimas y con las víctimas. ¿Dónde está Dios? En los rostros y manos de tantas personas que, sin saberlo, nos están dando la talla de la humanidad. ¿Dónde está Dios? En el silencio y la oración de los que no entendemos nada, pero confiamos. Y dejo aquí la oración que se ha hecho estos días en la comunidad ecuménica de Taizé (Francia), en estos días en los que, precisamente, rezamos por la unidad de los cristianos: “Dios nuestra esperanza, te confiamos todas las víctimas del grave temblor de tierra en Haití. Cuando nos desconcierta el sufrimiento incomprensible de los inocentes, danos ser testigos de tu compasión”.

La Opinión-El Correo de Zamora, 24/01/10.

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