El escritor Juan Manuel de Prada ha sido el encargado de pronunciar la conferencia de clausura del III Congreso Regional sobre la Enseñanza de Religión en la Escuela, que se ha celebrado en Zamora. Ante el auditorio ha explicado sus propuestas sobre cómo debe ser “una clase de religión para el siglo XXI”.
Zamora, 7/11/09. El III Congreso Regional sobre la Enseñanza de Religión en la Escuela, que se ha celebrado en Zamora ayer y hoy con el lema “Otra forma de mirar…”, ha concluido con la conferencia del escritor Juan Manuel de Prada, titulada “Una clase de religión para el siglo XXI”. Con su estilo habitual, ha presentado a los más de 500 docentes venidos de todas las diócesis de Castilla y León varias pautas sobre este tema.
Lo presentó Miguel Ángel Hernández, rector del Seminario Menor “San Atilano” de Zamora, quien definió al escritor como “un hombre que ama a Zamora, esta ciudad que os acoge con los brazos abiertos”. Así, repasó algunos lugares que fueron importantes en la infancia de Juan Manuel de Prada, como el Colegio de las Hermanas del Amor de Dios, la Parroquia de Nuestra Señora de Lourdes o la Biblioteca Pública.
Cuestión del crucifijo: “donde no hay religión, no hay cultura”
De Prada comenzó su intervención aludiendo a la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, indicando que los enemigos de la fe “están haciendo algo deliberadamente calculado”. Porque “ante el crucifijo, el conocimiento que se nos brinda desde una tarima, y que es una especie de pedrisco fragmentario, cobra sentido, formando un mosaico que nos muestra nuestra estirpe cultural, nuestra genealogía histórica. Ante un crucifijo, cobra sentido nuestra cultura. Porque las culturas las fundan las religiones, y donde no hay religión no hay cultura”.
Para el escritor de origen zamorano, “Occidente hoy está embarcado en una especie de batalla suicida contra sí mismo, y al tratar de negar la religión que lo ha fundado, se está haciendo el harakiri”. Ante esta situación, “la clase de religión puede ser exactamente lo contrario. Porque toda educación debe transmitir una explicación congruente y unificadora de la realidad, que permita ascender desde los fenómenos hasta los principios”.
El escritor afirmó que quienes quitan los crucifijos “quieren que la realidad sea incoherente, que no se pueda llegar a los principios mediante la cadena de la razón. La educación se convierte así en una forma de adoctrinamiento. Cuando se crea un conocimiento fragmentado, se crea confusión, pues las explicaciones serán contradictorias”.
Cuando no hay un conocimiento unitario “irrumpe la ideología, que es una especie de pegamento que quiere cohesionar las piezas de un jarrón hecho añicos, el conocimiento que no bebe de una fuente común”. Frente a esto, Juan Manuel de Prada se dirigió a los profesores de religión diciéndoles: “tenéis una oportunidad extraordinaria para que, en lo poco que os dejan –y cada vez será menos lo que os dejen– podáis mostrar con la luminosidad de la verdad lo distinta que es una educación que sí tiene unas raíces de las cuales alimentarse de una educación desarraigada. Ése es el primer reto, valiosísimo, con el que se confronta la enseñanza de la religión en nuestro tiempo”.
El profesor de religión, un subversivo
Ese sentido de la vida, para el escritor, tiene que encarnarse. “Por eso es fundamental la encarnación humana, la figura del maestro, alguien dotado de capacidad de convicción, de suscitar en quien lo escucha el deseo de adherirse. Es una persona con autoridad, autorizada, que ayuda a crecer”.
De Prada explicó que “nuestra religión es la única religión cuya observancia no consiste en cumplir una serie de preceptos, sino que se funda en la adhesión a una persona, Jesucristo. Es lo primero que debe ver el alumno en el profesor: el que le ayuda a crecer es, a su vez, ayudado a crecer por Jesucristo”. El problema actual de los creyentes es que “hemos renegado de esta característica distintiva del cristianismo, y la observancia de los preceptos nos ha convertido en personas tristes, sombrías, aburridas, previsibles”.
El escritor señaló que, frente a esto, hay que mirar a la figura de Jesús, que “era imprevisible, hacía muchas cosas raras, decía cosas con sentido del humor”. Los cristianos, por el contrario, “estamos traicionando la personalidad de Jesús, que era extraordinariamente alegre, silvestre, sin formalismos”.
Y aquí explicó su visión de cómo ha de ser el docente de enseñanza religiosa escolar: “en una época tan asfixiada por unos nuevos formalismos, puritanismos, hipocresías… el profesor de religión tiene que ser un tío muy cachondo, un tío muy subversivo, tiene que hacer cosas muy raras, para que aquellos a los que está ayudando a crecer aprendan que la fe es ser muy raros en medio de un mundo gregario y robotizado”.
Por eso “es bueno que los chicos que van a la clase de religión no sepan con qué los va a sorprender el profesor, en un tiempo en el que nos dejamos morder por la sosería de tradiciones que no son nuestras”. También repasó Juan Manuel de Prada sus recuerdos sobre la asignatura de religión que recibió, en la que se había pasado al humanismo y moralismo, haciendo hincapié en los valores y desterrando el horizonte escatológico y la historia sagrada, entre otras cosas.
Además, subrayó la importancia de acercarse a la naturaleza y a la institución de la Iglesia. Por ejemplo, “si los católicos entendiéramos en profundidad el misterio de la Iglesia, al ver los defectos de los obispos nos alegraríamos de ver que Jesús elige a personas llenas de defectos, que Jesús abraza los defectos del hombre de tal modo que quiere que las personas que lo representan estén llenas de defectos”.
La religión, una herramienta multiusos
El ponente añadió que “si los alumnos ven que eso que reciben como una herencia inerte se vivifica, lo encarna el profesor… esto es capaz de transformar personas. Y que esas personas descubran en la fe la eterna juventud del cristianismo”. Porque “los enemigos de la fe quieren presentarla como algo viejo, rancio. La razón por la que la temen tanto es porque, por el contrario, es eternamente joven, ofrece soluciones al hombre de cualquier época”.
El objetivo de la enseñanza religiosa escolar ha de ser, por lo tanto, “que los chavales descubran que en esa fe van a encontrar soluciones a los grandes retos de la vida. La fe que se les ofrece es como un artilugio mutiusos, que ante cada problema y asunto candente de la vida ofrece siempre una solución absolutamente luminosa y congruente”.
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