JOSÉ ALBERTO SUTIL LORENZO
En el corazón de la Zamora moderna y funcional el viandante se encuentra con una estampa inesperada. Ni siquiera tiene que alzar la vista para toparse con el rostro serio y amable al mismo tiempo de un Cristo de mosaico que es Señor del tiempo y de la historia, amén de titular de la parroquia que nos recuerda a todos el centro de nuestra fe: Cristo Rey. Una de las parroquias «modernas» de nuestra diócesis de Zamora, con un templo según los nuevos cánones que la reforma litúrgica primero y el Vaticano II después iban auspiciando. Una iglesia de enormes proporciones, un tanto desangelada porque no quiere que la mirada se desvíe de aquel que lo es todo y lo llena todo con su presencia: el Cristo Rey del universo que transfigurado en blanca resurrección nos acoge y bendice. Don Miguel, su párroco durante tantos años, artistas de la talla de Luis Quico o José Luis Alonso Coomonte, y tantos hombres y mujeres de buena voluntad, hicieron posible la erección de la parroquia, promovida en el año 1959 por el obispo Eduardo Martínez con el fin de que la semilla del evangelio llegara más allá de La Horta, a los terrenos que dejaban ya de ser los extrarradios de la ciudad para irse convirtiendo en zona de paso y residencia, concentrando multitud de servicios que todavía hoy hacen de estas calles algunas de las más transitadas de Zamora.
¿Cómo no hacer memoria agradecida? ¿Cómo no dar gracias al Dios Padre de la misericordia que nos ha revelado a su hijo Jesucristo como el único rey a quien debemos servir, porque él nos ha amado primero? Y pedimos su Espíritu, el Espíritu del Resucitado, para que estas palabras de Benedicto XVI se sigan haciendo realidad en esta parroquia de Cristo Rey no sólo otros cincuenta años, sino hasta que el Señor vuelva: «la parroquia es un faro que irradia la luz de la fe y así responde a los deseos más profundos y verdaderos del corazón del hombre, dando significado y esperanza a la vida de las personas y de las familias».
Decir que Cristo es Rey equivale a proclamar que Jesús es el Señor y ésta es la fe que la Iglesia ha profesado por los siglos. Hacer fiesta siempre nos remite a las convicciones más profundas de cada uno. Celebrar fiesta nos recuerda aquello por lo que cada uno de nosotros daría la vida. Por eso, «el interrogante importante que hay que hacerse en la solemnidad de Cristo Rey no es si él reina o no en el mundo, sino si reina o no dentro de mí; no si su realeza está reconocida por los estados y por los gobiernos, sino si es reconocida y vivida por mí. ¿Cristo es Rey y Señor de mi vida? ¿Quién reina dentro de mí, quién fija los objetivos y establece las prioridades: Cristo o algún otro?» (R. Cantalamessa). ¡Felicidades!
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