ÁNGEL CARRETERO MARTÍN
Eso es exactamente lo que en los últimos días se nos vuelve a intentar vender como una «práctica médica común»; basta que lo pida el paciente o sus familiares. Pero dejémonos de eufemismos políticamente correctos y llamemos a las cosas por su nombre. Que no nos tomen por tontos al querer meternos gato por liebre. El grado de civilización de una sociedad no puede depender de los debates y juegos televisivos entre favorables y contrarios a la eutanasia, sino de la forma de afrontar la enfermedad y de acompañar a las personas terminales. No lo olvidemos: el don de la vida humana es algo tan serio, sagrado e inviolable que no admite ponerse a disposición de nadie.
No es precisamente la apuesta por una cultura de la vida lo que está detrás de la cadena BBC al sumarse a las filas del radicalismo ideológico en la cruzada a favor de la eutanasia. El cebo utilizado en esta última campaña ha sido la retransmisión televisiva del suicidio del millonario británico Peter Smedley. Algunos medios españoles, pretendidamente progresistas, han querido aprovechar para descongelar la propuesta legislativa de ZP a este respecto. Pero me temo que para este asunto no pillan ahora a nuestro Gobierno en uno de sus mejores momentos tal y como están las cosas en el país. Sin embargo sepan que no todo el mundo ha picado en ese cebo tan «moderno», «avanzado» y «solidario» como es causar la muerte a alguien. De hecho las asociaciones inglesas de discapacitados han dicho que esta emisión no es más que un espectáculo publicitario a favor del suicidio y no de la defensa de la dignidad de la persona tal y como sería deseable.
Recuerden algunos momentos propagandísticos que también nosotros hemos sufrido en los últimos años. Para empezar el tetrapléjico gallego Ramón Sampedro y su hermana Ramona Maneiro que en TV confesó su implicación en la muerte de Sampedro; poco faltó para ser canonizada por su servicio martirial en la causa del derecho a morir dignamente. Al menos sí reconoció no ser «ni una samaritana ni una madre Teresa». En esto sí que tengo que dar la razón a Ramona porque ni la samaritana del evangelio ni Teresa de Calcuta iban por ahí proporcionando cianuro a los necesitados. Después otros como el pentapléjico vallisoletano Jorge León Escudero o la navarra Inmaculada Echevarría. Pero que no me hagan creer que estas personas van solas a la tumba. El deseo de morir (que no es normal) está acompañado y alentado por otras personas cercanas y asociaciones proeutanásicas que enarbolan una bandera de falsa libertad, sin importarles el daño inmenso que están causando al considerar a este tipo de personas como seres humanos de segunda categoría. Decididamente «ayudar a morir» y «dar la muerte» no son la misma cosa.
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