AGUSTÍN MONTALVO
Domingo VI de Pascua – Ciclo A
“Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad” (Jn 14, 15-21)
¿Quién de los seguidores de Jesús no ha sentido alguna vez la impresión de que con respecto a quienes convivieron con él, escucharon sus palabras o fueron testigos de sus obras estamos en inferioridad de condiciones para conocerlo o seguirlo? Esa experiencia fue muy intensa entre las comunidades cristianas de finales del siglo I cuando fue escrito el cuarto evangelio. A esta situación trata de dar respuesta el evangelio de hoy, que probablemente a muchos les haya parecido muy complicado. «No os dejaré desamparados» dice Jesús. No estamos en inferioridad de condiciones porque él sigue estando siempre con nosotros en ese Defensor que enviará el Padre, el Espíritu de la Verdad.
«¿Qué es la verdad» Esa fue la pregunta que Pilato hizo a Jesús y que no obtuvo respuesta. Pero la respuesta no carece de importancia porque en ella nos jugamos mucho, tanto como la paz, la justicia, la libertad y otras muchas cosas importantes. De hecho la mentira, el ocultamiento de la verdad o las verdades a medias son moneda corriente en nuestra sociedad, y así nos luce el pelo.
Cuando la verdad es un concepto relativo que depende de quien lo profese o del número de quienes lo defiendan, la violencia, los abusos y discriminaciones no dejarán de existir. La manipulación de los hechos por medios de comunicación, la utilización de la mentira como arma por parte de grupos políticos, el impedir desde la autoridad el esclarecimiento de la verdad, el engaño y el fraude en grandes empresas o grupos financieros (fuente importante de la crisis actual), pensar, en definitiva, que cualquier medio es legítimo para lograr los objetivos conduce, además de a graves desórdenes, a la desmoralización de la sociedad en la que los individuos o pequeños grupos tendemos a reproducir en el nivel de que dispongamos idénticos comportamientos. También en la misma Iglesia identificamos a veces la verdad con nuestras opiniones o las del grupo afín dificultando o rompiendo la comunión que debe definirla.
Jesús responde a la pregunta en otras ocasiones: «Yo soy la Verdad». Él es la Verdad porque es la presencia visible del Dios Amor que quiere el bien y la felicidad de los humanos. Su encarnación y su entrega hasta la muerte evidencian ese Amor que se identifica con la Verdad. Por eso cuando el evangelio de hoy afirma «el que guarda mis mandamientos ese me ama» no se refiere a cumplir unos preceptos legales sino a vivir el que es su mandamiento: «Que os améis unos a otros como yo os he amado». Vivir así es vivir en la Verdad, la Verdad que libera y que salva.
El Espíritu de la Verdad prometido por el Señor en su despedida es su modo de continuar presente en este mundo para hacer posible que esa Verdad/Amor no sea solo una bella palabra sino una realidad, aunque limitada, que permita vivir de otra manera.
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