domingo, 27 de febrero de 2011

No es lo mismo


JOSÉ ÁLVAREZ ESTEBAN

He pasado quince días en Francia, por Saintes y La Rochelle, a la caza del románico (entre otras cosas). Los componentes del arte, que han dado forma al románico, nos son bien familiares a los zamoranos, nuestra sensibilidad los busca y los encuentra espontáneamente, sus deformaciones visionarias no nos lo hacen inaccesible a la contemplación. Es generalmente admitida la superioridad monumental de Francia en lo que al románico respecta y nuestra ventaja en la imaginería y decoración. Las iglesias y monasterios franceses de la conocida como «Saintonge romane» sorprenden tanto por su majestuosidad exterior como por la pobreza ornamental de su interior. En una veintena de iglesias y abadías visitadas choca, con la total ausencia de fieles, la inscripción con la que se recibe al forastero y se le invita a darse tiempo para visitar al Señor en su capilla, saludar a la Virgen y aprovecharse de la atmósfera contemplativa de sus claustros. «El descubrimiento de este lugar, dice una de esas inscripciones, sea para el visitante ocasión para un alto apacible, tranquilo para el cuerpo y sereno para el espíritu».

En casi todas las iglesias y monasterios, a falta de otro recibimiento, puede encontrar un atril y un grueso cuaderno de folios blancos donde dejar algo escrito. Ahí sus impresiones, ahí también retazos de oración, sentimientos del alma. Yo me he atrevido a formular mi testimonio en la abadía de Saint Pierre de Maillezais en Fontenay-le-Comte, una joya del arte románico: «Venimos mi hermana y yo de Zamora, una ciudad del románico en España. ¡Cómo nos agrada encontrar nuestros orígenes, que están aquí, que salieron de aquí! ¡Qué imponente este monasterio y qué dura la historia que nos ha legado poco más que ruinas! Aún así, ¡qué bello todo!». Quien escribió antes que yo define la visita como «un placer para pequeños y mayores». Animo, ¿cómo no?, a imitar esta sana costumbre de ofrecer en alguna de nuestras más significadas iglesias un cuaderno donde queden reflejadas las impresiones. Es bello y aleccionador, cauce de una oración que quizás no haya logrado surgir en el entretiempo de la visita.

Aquellos monjes que ya desde el año mil se establecieron en Mellezais no eran bárbaros, entendían y aplicaban la lógica, esa que parece serle tan extraña al Rector de la Universidad de Valladolid: la iglesia para la oración y el campo para el trabajo y el esparcimiento. Claro que se puede rezar en el campo, faltaría más, es un lugar accesible a Dios y a los universitarios y por lo mismo apto para el encuentro. Por lo mismo que el Rector puede despachar sus asuntos en la consigna de la estación de autobuses y los catedráticos impartir sus clases magistrales en Campo Grande. Pero no, no es lo mismo.

La Opinión-El Correo de Zamora, 27/02/11.

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