domingo, 20 de febrero de 2011

¿Amar a los enemigos?


JESÚS GÓMEZ

Domingo VII del tiempo ordinario – Ciclo A

“Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mateo 5,38-48)

Dijo Jesús: Oísteis que se dijo “ojo por ojo”, pero yo os digo: “si alguno te da un tortazo en tu mejilla derecha, ponle la otra”. Con estas palabras condena la violencia como respuesta a un agravio. Más radicales son las que siguen: Se dijo “amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”; pero yo os digo: “amad a vuestros enemigos”. ¡Qué bonito es el sermón de la montaña! ¡Lo decimos tantas veces! Seguro que la gente frunciría el ceño y mostrarían gestos de desaprobación. No existen enemigos abstractos. Los enemigos son siempre muy concretos y muy concretos eran los odiados romanos. ¡Proclamar que es un deber amarlos…! Un comentarista judío de hoy escribe: “Jesús (si realmente dijo “Ama a tu enemigo”) proponía una utopía… Las utopías… [sólo rigen] en un mundo utópico. Es materialmente imposible el amor a los enemigos”. Un catecismo católico enseña: “No hay que tomar a la letra las indicaciones del sermón de la montaña… que conducirían a situaciones insostenibles tanto en la vida pública como en la privada”. Estas indicaciones son provisionales, dictadas para un mundo próximo a su fin, dicen algunos; otros, que están destinadas para ciertas personas y se habla también del “espíritu del sermón”, algo vaporoso y así las exigencias de Jesús terminan desinflándose. La palabra de Jesús configura a la comunidad cristiana y no cabe devaluarla. Sus exigencias son radicales como corresponde a una puerta que es estrecha, la puerta de la salvación.

En el Sinaí recibió Moisés la Ley que configuraría al pueblo de Israel. En el monte de las Bienaventuranzas, con el sermón o discurso de la montaña comienza Jesús a configurar una nueva comunidad. Su Reino no es de este mundo; tampoco lo serán sus ciudadanos y lógicamente la convivencia no va a ser muy pacífica. Discursean los impíos: “Condenemos al justo a una muerte afrentosa. Nos echa en cara nuestras acciones; molesta es su presencia y extraños sus caminos. ¿Acaso no son extraños al mundo occidental y también al oriental los caminos del pueblo cristiano? ¿Qué significa, si no, el afán por arrinconarnos, borrar nuestros signos y desprestigiar a la Iglesia? Adheridos a Cristo, gozosos y entusiastas de pertenecer a su reino, la comunidad cristiana, compacta y unida, a cuantos la agravian no les responde con la violencia; al contrario, los ama y los ayuda. Entre los miles que recurren hoy y son ayudados por Cáritas ¿acaso no habrá más de dos y más de tres francamente hostiles a la Iglesia? Por el contrario ¿no son más de dos y más de tres los cristianos que han respondido con el perdón a miembros de Eta que asesinaron a un familiar? Hace días la prensa, la cristiana claro está, informaba que una madre cuidaba amorosamente al asesino de su hijo. La comunidad cristiana y cada uno de sus miembros, a nosotros, adheridos a Cristo, nos corresponde rechazar la violencia como respuesta a las injurias y amar a los enemigos. A todos nosotros sin excepción nos dice Jesús: Amad a vuestros enemigos.

La Opinión-El Correo de Zamora, 20/02/11.

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