JOSÉ ALBERTO SUTIL LORENZO
Dos aldeas y una gran ciudad. Una pertenece a la geografía de la salvación, otra a la geografía de la verdad, y la última a la geografía de la caridad. Todas ellas son tierra de santidad, porque la santidad no es algo etéreo o legendario, sino la realidad vivida desde Dios por hombre y mujeres de carne y hueso. En concreto son María de Nazareth, Karol Wojtyla y Agnes Gonxha Bojaxhiu, más conocidos estos últimos como Juan Pablo II y Teresa de Calcuta. El pasado día 26 se cumplía el centenario del nacimiento de la Beata Teresa de Calcuta, y a lo largo y ancho del mundo se han sucedido las celebraciones. La Times Square de Nueva York y las cataratas del Niágara, por ejemplo, se han iluminado de blanco y azul, los colores del sari indio usado como hábito por las Misioneras de la Caridad. En Calcuta se ha celebrado la eucaristía en memoria de la santa de los pobres, celebración en la que se leyó el mensaje que el papa Benedicto XVI ha enviado a Mary Prema Pierick, superiora de la Congregación fundada por Madre Teresa. De ella ha dicho el Papa que dio ejemplo excelente ante el mundo de las palabras de san Juan: «Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros» (1 Jn 4, 11-12). El filósofo posmoderno y padre del «pensamiento débil», G. Vattimo, ha asegurado que «la historia de la verdad en el siglo XX es una transición hacia la caridad». Caridad y Verdad, Teresa de Calcuta y Juan Pablo II como un tándem genial para la nueva evangelización. Qué curioso que la encíclica social de Benedicto XVI se titule precisamente así: La caridad en la verdad, mostrando una vez más que el evangelio es respuesta siempre actual a los interrogantes de la vida.
¿Y qué pinta Nazareth en todo esto? Pues que cada cristiano y cada cristiana, cada santo y cada santa, son nuevas páginas de la historia de la salvación, páginas escritas sobre la falsilla del canto del Magnificat, el canto en el que María da gloria al Dios que salva, al Dios que hace cosas grandes en personas «pequeñas», al Dios que es fiel a sus promesas. Las siguientes palabras son de Madre Teresa, pero podrían haber sido también pronunciadas por María o por Juan Pablo II: «Jesús te ama tiernamente, eres precioso para Él. Dirígete a Jesús con gran confianza y permítete a ti mismo ser amado por Él. El pasado pertenece a su Misericordia, el futuro a su Providencia y el presente a su Amor».
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