miércoles, 15 de septiembre de 2010

El perdón, experiencia de eternidad


Miguel García Baró profundiza en Zamora en las limitaciones del hombre como lugar de encuentro con Dios

Zamora, 14/09/10. En el marco de las XLIII Jornadas de Teología organizadas por la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA) en colaboración con el Centro Teológico “San Ildefonso” de la Diócesis de Zamora, y que se están celebrando desde ayer en la ciudad del Duero, el filósofo Miguel García Baró pronunció una conferencia titulada “La limitación del mundo como lugar de encuentro con Dios”.

Miguel García Baró es profesor de Filosofía en la Universidad Pontificia de Comillas, después de haber sido anteriormente profesor en la Universidad Complutense de Madrid. Autor de 15 libros, más de 60 capítulos en obras colectivas y más de 70 artículos especializados, además de traductor de otros ensayos. Especialista en el judaísmo, ha sido consultor de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales, además de formar parte de diversas sociedades científicas y académicas.

El ponente habló de la limitación como “poder y no poder, un concepto muy elaborado por los filósofos”. Afirmó que “nos planteamos esto después de acabar el siglo XX, en el que hay ocurrido cosas que nunca antes habían pasado. Por ejemplo, hemos descubierto la manera de crear guetos enormes de personas condenadas a muerte porque sus abuelos habían sido fieles judíos”. Tenemos que luchar mucho contra nosotros mismos para rehacer un mundo en el que han pasado estas cosas. “El siglo XX ha conocido el cementerio del futuro, y enmendar el mundo parece ponerle tiritas a la letra. Es desde aquí desde donde tenemos que pensar”.

El segundo horizonte desde el que pensamos es “la filosofía, que significa, en su base, obedecer un imperativo moral universal que dice que nuestras acciones suponen conocimiento, por lo que tendríamos que investigar de dónde hemos sacado el sentido más profundo de las verdades que están dirigiendo nuestra acción”. ¿Ese imperativo tiene vigencia social? “Tenemos la impresión angustiosa de que casi nadie obedece a ese imperativo universal, el comprobar si las verdades que suponemos son verdades”, señaló.

La experiencia, el sueño y la libertad

“Sobre esta base trágica, afrontemos el problema de la limitación desde la vida individual de cada uno”, invitó el ponente. Hay cuatro modos de vivir el presente, explicó. El primero es la experiencia: algo nuevo se me presenta dentro de un marco ya conocido, de manera que yo enriquezco el marco de mis conocimientos. En filosofía, a esto se le llama síntesis, y hace que todos nuestros “ahoras” tengan un sabor de novedad.

El segundo modo es el sueño, la imaginación. Vivir el presente como si no fuera el presente, viajar al pasado o al futuro. Es una especie de fuga del presente. Para García Baró, las formas que nos introducirán en los puntos clave son la tercera y cuarta. La tercera forma son los saltos de libertad que puede hacer la persona, y que “es nuestra capacidad de cambiar el mundo, por poco que sea. Somos perfectamente conscientes de que podemos hacer eso. Podemos tener un proyecto y meterlo en la realidad. Cuando alguien hace algo verdaderamente libre, no podemos saber nunca del todo por qué lo ha hecho. La libertad sólo es libertad cuando es impredecible”. Es un salto, una modificación, una apertura de un mundo nuevo que no es imaginario.

Los acontecimientos

La cuarta forma son los acontecimientos. “Se parecen a las experiencias, pero son demasiado para nosotros. El acontecimiento es una experiencia tal que nos desarbola, nos produce un desastre, nos desorienta. Es una herida, una ruptura”. Tiene un mínimo de síntesis, pero nos desborda. Viene con una cantidad tal de contrasentido, que parece que se destruye todo.

Experiencia, sueño, libertad y acontecimiento tienen una forma común: la “inquietud del corazón” de san Agustín, o el “eros” de Platón. Podemos traducirlo de forma simple, diciendo que “los que ahora vivimos, sabemos algo seguro: que el tiempo es irreversible. Todo ser humano en cierta madurez lo ha aprendido. De eso no nos hemos enterado por el nacimiento, sino en un acontecimiento. El primero, que marca la vida, es aquel en el que empezó a haber tiempo para nosotros. Todos hemos conocido, de niños, una época en la que no pasaba el tiempo para nosotros”.

Eso es, precisamente, lo que nos asegura que existen los acontecimientos: “el niño es sacado de repente del juego y de la inocencia. Ante un acontecimiento, empieza el tiempo irreversible. Eso se llama el ‘acontecimiento muerte’. Es una sorprendente lección de la vida, porque de repente nos llegó la noticia de la muerte, y nos enteramos de que la vida se divide en seriedad y juego, en apariencia y verdad”. Es el momento del rito de paso infantil.

Es el descubrimiento de la limitación de limitaciones: no tengo tiempo para todo lo que quiero. “Algo (que yo llamo la Providencia) nos saca del juego, para mostrarnos algo que no sabíamos. Pero es también el nacimiento de la pasión, de la inquietud, del eros. Sin la muerte, no hay experiencias, ni acontecimientos, ni libertad, ni siquiera sueños. Es la experiencia fundamental de la limitación”.

¿Qué pasa con la experiencia de la muerte en serio? “Cuando se descubre la muerte, se descubren dos cosas fundamentalmente. La primera: si todo ha de morirse, entonces en el fondo nada tiene ningún sentido; todo ha sido un relámpago en medio de una noche eterna”. A eso, Unamuno lo llama la congoja. La segunda: “pensar en una vida para siempre, que aún es peor, cuando desaparece la muerte. El verdadero problema de la muerte, entonces, es que el hombre no quiere ni morir ni vivir para siempre. Es el dilema de la existencia”.

Y aquí hemos hecho todos una operación: “ya que de repente me ha ocurrido algo imposible, un acontecimiento, voy a esperar, a ver si viene otro acontecimiento que me enseñe algo que ahora no puedo saber. La reflexión sobre este punto es fundamental, porque jugamos sobre este terreno”. Pero esta situación tiene un peligro: obsesionarse con la propia muerte, como Heidegger; viene la angustia y el prójimo no me importa nada; me muero solo; y uno sólo quiere gozar de las cosas (“la vida estética”, como decía Kierkegaard).

“¿Y si el hombre tiene paciencia, y se prepara, no huyendo de su muerte y de sus limitaciones, sino haciéndoles frente? Ante la esfinge, puedes sostenerle la mirada, o le cuentas las cerdas del rabo, como decía Unamuno”. Hay gente que se niega a continuar por ahí, y dice que “todo es química”, cerrándose a una posibilidad humana fundamental.

Sobre esa limitación básica, a la que tenemos que mirar sin obsesionarnos, y sin que la ciencia nos distraiga, podemos aprender a través del arte, la música, la poesía… que eso que nos pasa, le pasa a todo el mundo. “El problema capital de la pedagogía y de la filosofía hoy es cómo educar esa paciencia, cómo esperar esos acontecimientos”, afirmó García Baró.

Compasión y perdón, los grandes acontecimientos humanos

Otro acontecimiento: la compasión. “No se nace sabiéndola; se aprende. Llega de golpe también”. En la película Gran Torino se ve esto: el ver el destrozo de una chica inocente, causada por una de las cosas que había intentado hacer bien, transforma al protagonista y lo convierte en un mártir al día siguiente. “Esto no se aprende en los libros. Implica la experiencia del otro como otro. Kant decía que el hombre es un fin en sí mismo. La compasión, la alteridad, es un acontecimiento. Es la primera vez que uno ama de verdad a alguien, y comprende que la muerte del otro es más importante que la propia. Esto saca a uno de sus casillas y le abre un nuevo mundo. Yo soy capaz de dar la vida. Es un salto a la esfera ética, que está más allá de la esfera estética, en la que podríamos movernos toda la vida”. Todo encuentro con una persona tendría que ser un acontecimiento, pero se nos vuelven rutinarios.

Hay otro acontecimiento más, no sólo el de la compasión. “El verdadero acontecimiento teológico, el acontecimiento de los acontecimientos, se llama perdón. Es recibir el amor de otro, no sólo que tú ames. Recibir el amor del otro dándose uno cuenta de que es amado. Es algo que no podemos inventarnos nosotros. El perdón empieza a realizar la presencia de la eternidad, porque Dios es el que hace lo imposible, el que transforma el pasado, el que borra el mal ya sucedido y el que rescata la vida de las víctimas”.

Según el filósofo, “yo tengo que ser perdonado aquí en la tierra si quiero saber lo que significa la palabra Dios. El cristianismo no es sólo una religión de lo Sagrado, sino de lo Santo, lo que se abre con el perdón, la experiencia de la eternidad aquí dentro del mundo. La imagen y semejanza de Dios es el perdonador, Cristo, el que perdona. Si se es perdonado, ya se sabe lo que es la eternidad”.

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