Fue una liturgia solemne, quizás más que otras misas pontificias, y se prolongó durante algo más de dos horas. En la homilía, el Papa fue repasando el salmo 22 (“El Señor es mi pastor”), y tal como hice ayer con el discurso de la Vigilia, no la resumiré, porque vale la pena leerla entera. En ella afirmó que “Dios quiere que nosotros, como sacerdotes, en un pequeño punto de la historia, compartamos sus preocupaciones por los hombres”. Cuando Dios parece lejano a los hombres de nuestro mundo, el presbítero ha de hacérselo cercano, mostrárselo preocupado por cada uno de ellos. Porque en las religiones antiguas Dios parecía ajeno al ser humano, y la Ilustración lo hacía olvidadizo de su Creación. Pero el sacerdote, pastor de su pueblo, en un tiempo de oscuridad, tiene que llevar la vara y el cayado: una vara del servicio a la unidad y a la doctrina, en el amor, y que “continuamente debe transformarse en el cayado del pastor, cayado que ayude a los hombres a poder caminar por senderos difíciles y seguir a Cristo”. Al final de su homilía, afirmó: “como sacerdotes queremos ser personas que, en comunión con su amor por los hombres, cuidemos de ellos, les hagamos experimentar en lo concreto esta atención de Dios”.
Tras la homilía, tuvo lugar la renovación de las promesas sacerdotales, igual que se hace en la Misa Crismal. En la Plaza de San Pedro pudo oírse por tres veces “Volo” (quiero), palabras de amor de 15.000 curas unidos a toda la Iglesia y consagrados a ella. Al final de la eucaristía hubo otro momento de especial significación: la consagración de los sacerdotes al Corazón Inmaculado de María, una larga y profunda oración pronunciada por el Papa ante… ¡el icono tan venerado de María “Salus populi romani”! Desvelado, pues, el enigma de su ausencia en la basílica y que comenté ayer. Benedicto XVI se dirigió a los presentes en varios idiomas y, como siempre, al saludar a los sacerdotes de lengua española, tuvo que esperar a que terminaran los aplausos y aclamaciones. De sus palabras, dejo aquí las tres cosas que nos pidió a los pastores: gozo, humildad y esperanza. Un buen programa para seguir profundizando en nuestra vida tras este Año Sacerdotal.
Después de la bendición final, hizo un recorrido –repetido en algunos lugares de la plaza– en el “papamóvil”. Parecía como si Benedicto XVI quisiera saludarnos a todos personalmente. Por lo que tuvimos la oportunidad de verlo pasar dos veces a nuestro lado, saludándonos. Se le veía contento y emocionado, rodeado por el cariño y la adhesión de los presbíteros de la Iglesia en unos momentos nada fáciles.
Y llegó el momento complicado de la vuelta a casa. Porque un rato antes nos habían avisado algunos curas españoles: ¡hay huelga del transporte urbano! Se hacía más difícil todavía el viaje que ayer por la noche. Cuando pudimos montarnos, tras una larga espera, en el ya conocido autobús 881… ¡se estropeó a medio camino! Y continuamos la ruta a pie. Nos despedimos de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada, agradecidos por su atención en estos días, y de vuelta al aeropuerto de Fiumicino, lleno otra vez de curas que volvíamos del Encuentro Internacional. De hecho, en el avión de vuelta a Barajas, de bajo coste y no muy grande, llegamos a contar a 52 curas y 2 obispos, incluyéndonos a nosotros. Con un considerable retraso por el mal tiempo en Madrid, aterrizamos bastante tarde, y después, en coches, volvimos a Zamora.
Una buena clausura, en la que hemos estado presentes unos pocos, pero precisamente representando a los curas zamoranos y, en definitiva, a toda nuestra Diócesis. Ayer, antes de ir a dormir, pude leer los mensajes del vicario general y de las Clarisas de Villalpando, deseándonos lo mejor para este viaje y diciéndonos que seguían con atención estas crónicas diarias. También algunos de más lejos, como una religiosa del Amor de Dios que está en Arévalo… ¡y otra en California! Otros nos lo han dicho por teléfono. Incluso esta misma mañana, al salir de la eucaristía con el Papa, ya nos comunicaba un sacerdote diocesano que nos había visto desde Zamora, en la retransmisión de la celebración por la RAI, al obispo y a algunos de nosotros.
Hemos viajado (o, mejor, hemos peregrinado) hasta la ciudad del martirio de Pedro y Pablo, para unirnos al obispo de Roma y a miles de hermanos en el ministerio del mundo entero. Hemos orado juntos, recordándonos mutuamente que Cristo es el centro de nuestras vidas y el único sentido de nuestro sacerdocio.
Atrás queda un año que comenzábamos en nuestra Catedral del Salvador el 27 de junio de 2009 y que ha tenido como momentos importantes los encuentros festivos de sacerdotes, las Vísperas mensuales en el Convento del Tránsito, las Vísperas que también se han rezado en los diferentes arciprestazgos, otros momentos de oración en parroquias, una atención permanente en la hoja diocesana o la ordenación diaconal de Santi.
Señor Jesús, único sacerdote, danos a los presbíteros de Zamora el regalo de tu fidelidad y nuestra fidelidad.
Santa María, reina de los apóstoles y madre de los sacerdotes, muéstranos a tu Hijo Jesús.
San Juan María Vianney y San Juan de Ávila, rogad por nosotros.
Luis Santamaría del Río
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