CARTA PASTORAL DEL OBISPO DE ZAMORA EN EL CORPUS CHRISTI Y DÍA DE LA CARIDAD 2010
Muy estimados hermanos en el Señor Jesucristo:
Cuando el pasado otoño iniciábamos el presente Curso Pastoral señalábamos como Objetivo para este periodo de la vida de nuestra Iglesia Diocesana esta prioridad: “La Eucaristía, fuente y culmen de toda la vida cristiana”, y nos fijábamos, entre otras, esta concreción: “Redescubrir las nuevas pobrezas e implicarse en su resolución”. Por lo tanto, hemos querido poner la Eucaristía en el centro de nuestro caminar eclesial, en su triple dimensión de Sacramento creído, celebrado y vivido, y hemos procurado que, de la Mesa Santa del Amor Divino, se suscite y mantenga nuestro compromiso cristiano, movido y expresado en la Caridad hacia los más desvalidos, lejanos y cercanos.
Caridad y Eucaristía son dos realidades que sobresalen este Domingo, ya que celebramos la Solemnidad del Corpus Christi y el Día de la Caridad, de modo que nos corresponde valorar si colocamos en el eje de nuestra vida personal y eclesial, tanto la celebración de la Misa como el ejercicio constante del Mandato del Amor fraterno.
Cada vez que nos reunimos los cristianos para participar en la Eucaristía expresamos lo que aclamamos con este conocido cántico: “Acerquémonos todos al altar, que es la mesa fraterna del Amor, pues siempre que comemos de este Pan, recordamos la Pascua del Señor”. En este Sacramento, como señala el Mensaje para el X Congreso Eucarístico Nacional celebrado en Toledo, Jesucristo nos alimenta con la vida verdadera que nace de su misterio pascual, por el que se ha ofrecido al Padre en el sacrificio de la Cruz y que ahora resucitado extiende a todos los hombres.
Por la Eucaristía nos llega esta vida nueva de la filiación divina, “que se ofrece a todos, la vida que explica y da sentido a la existencia; la que han vivido tantos discípulos de Cristo a lo largo de la historia; la que ha llevado a la vivencia del amor nupcial a los esposos cristianos; la que ha suscitado en las diversas formas de seguimiento de Cristo el testimonio de la adoración eucarística que nutre la fidelidad de los consagrados en torno a esta presencia del Señor; la que lleva a la misión cristiana y a la vivencia de la caridad y la justicia” (Mensaje, 3).
Con esta hermosa Fiesta del Corpus Christi los católicos nos concentramos en el Sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor, de modo que lo celebramos con gozo, lo recibimos con piedad, lo adoramos con gratitud y lo procesionamos en nuestros pueblos y ciudades con fe, proponiendo a todos que se acerquen a esta fuente de alegría y vida. Además, el Corpus Christi nos muestra que el Amor de Cristo hecho Sacramento se ha de reflejar en una existencia creyente modelada por la Caridad. Lo cual compete y compromete a todos y cada uno de los fieles cristianos, también a los Sacerdotes, de modo que vivan y se les reconozca como los “hombres de la caridad”, según la feliz expresión acuñada por Juan Pablo II (cf. Pastores dabo vobis, 49), ya que son constituidos en ministros de la Iglesia que la animan, presiden y sirven en la Caridad.
Celebrar el Día de la Caridad en el Año Sacerdotal, que ya se encuentra en su último tramo, me lleva a reflexionar sobre la importancia y la misión de los Sacerdotes en la acción caritativa de la Iglesia. Así, considero conveniente recordar, como indica el Mensaje Episcopal para esta Jornada, que la tarea de los Presbíteros de presidir en la Caridad al Pueblo de Dios no implica que monopolicen la acción caritativa y social de la Iglesia, sino en “sensibilizar a la comunidad sobre la dimensión caritativa y social de la vida cristiana, promover la corresponsabilidad, implicar en ella a los órganos de comunión y participación de la comunidad parroquial y favorecer la coordinación de la acción caritativa y social tanto en el ámbito intraeclesial como en el social” (nº. 3).
Percibimos que aquí se nos ofrece un variado abanico de posibilidades para que este Día de la Caridad se concrete en un impulso decidido por la promoción de la experiencia caritativa y social de nuestra vida eclesial, tanto a nivel diocesano, arciprestal como parroquial, llevando a efecto aquel ya referido propósito para toda nuestra Comunidad Diocesana: “descubrir las nuevas pobrezas de nuestro tiempo e implicarse directamente en su resolución”. Para lo cual debemos seguir potenciando Cáritas como una obra específica e imprescindible de nuestra Iglesia Diocesana, que nos implica realizar un esfuerzo, con la participación de todos los fieles católicos, por continuar creando y acompañando las Cáritas parroquiales o de zona.
Constatamos que en este momento social la obra de Cáritas mantiene toda su vigencia, sobre todo, por la situación de crisis moral y económica que nos está afectando, uno de cuyos signos más patentes es el elevado número de personas que se han visto privadas de su trabajo, incluso hasta todos los miembros de múltiples familias. Así, la realidad de la pobreza continúa presente en nuestro entorno, como lo refleja este dato escandaloso e interpelante que nos indica que en Europa existen setenta y ocho millones de pobres. Lo cual nos motiva más fuertemente a los cristianos para empeñarnos, junto a todos, en luchar, ya y aquí, contra la pobreza y la exclusión social.
Además reconocemos que en la Eucaristía nos acercamos y recibimos el Cuerpo entregado de Cristo como un don gratuito que Dios nos concede, lo que nos impulsa a expresar esta gratuidad divina en palabras y gestos de amor y entrega gratuitos hacia los más vulnerables, como lo llevamos a cabo a través de nuestra implicación en Cáritas. Así pondremos en práctica esta encomienda de Cristo: “Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis” (Mt 10, 8). Y sabiendo, como nos enseña el Papa Benedicto XVI, que “el corazón de Cáritas es el amor sacrificial de Cristo y cada forma de caridad individual y organizada en la Iglesia debe encontrar su punto de referencia en Él”.
Con nuestro compromiso perseverante y sacrificado en Cáritas iremos promoviendo este esperanzador propósito que la moviliza durante este Bienio: “Una sociedad con valores es una sociedad con futuro”. Lo cual nos compromete a insertar en nuestra vida cuatro destacados valores que renuevan el mundo según el designio de Dios: la comunión, la participación, la diversidad y la gratuidad. Poniendo especial énfasis en la circunstancia presente en la Gratuidad, desde el reconocimiento que hemos recibido gratuitamente el Amor de Dios, como acontece en la Eucaristía, para impregnar de gratuidad nuestras relaciones con las otras personas, de modo que nos atrevemos a decir, desear y procurar que “si no te convence esta sociedad mercantil ofrece sin pedir nada a cambio”, tal como nos sugiere el lema elegido para este Día de la Caridad.
Que el Señor Jesús nos impulse a dar gratis lo que gratis de Él hemos recibido.
+ Gregorio Martínez Sacristán, Obispo de Zamora
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