FRANCISCO GARCÍA MARTÍNEZ
Solemnidad del Corpus Christi – Ciclo C
“Dadles vosotros de comer” (Lucas 9, 11-17)
«Dadles vosotros de comer». Así se dirige Jesús a los suyos a la vista de la necesidad del gentío que le rodea a la caída de la tarde. La tarde se vuelve noche y el hambre amenaza. Cuando Jesús pide a sus discípulos que den de comer a la multitud está pidiendo a los suyos quizá demasiado: que tengan palabras de consuelo para cada oscuridad, que sepan tener sus bienes abiertos a las necesidades de los más pobres, que sepan renunciar a ensimismarse en sus dignidades y talentos para crear la fraternidad. Pero siendo demasiado es más necesario que el último modelo de móvil o la oferta especial del último escaparate. Jesús, ante la impotencia de los suyos, da gracias a Dios por su vida recibida y se ofrece él mismo: «tomad y comed, esto es mi cuerpo». Desde entonces, sabedores de que Jesús es el alimento que sacia la vida de forma sobreabundante, sus discípulos lo ofrecen en la Palabra y el Pan de la eucaristía. Él mismo se somete a nuestros gestos y en ellos nos llena de su misma vida. ¿Cómo no recogerse emocionado en una acción de gracias silenciosa? Toda su vida es un don para que consigamos caminar en la oscuridad y aprendamos a sostenernos mutuamente en nuestras pobrezas, caminando como hermanos. Muchos lo celebran así cada domingo, otros no terminan de encontrarlo pero siguen acudiendo a misa confiados, fieles a su esperanza.
Entonces, ¿por qué hacernos los tontos cuando encontramos este pan en el suelo?, ¿por qué tratarlo o dejar que sea tratado como un artículo de consumo? Seamos sinceros: ¿no convertimos demasiadas eucaristías en un espectáculo en el que juntos discípulos y paganos participamos con justificaciones sentimentalistas que ocultan que el Señor está siendo pisoteado? (Pensemos en las bodas o en las primeras comuniones donde no es fácil ver a un niño, a un padre o a un novio rezar después de comulgar), ¿es la procesión del Corpus una exaltación del Señor o de nuestra vanidad pagana y de paganos ocultos en la ingenuidad de niños disfrazados? Nuestra sociedad se ha acostumbrado a alimentar el deseo como se alimentaban los estómagos en los banquetes romanos, comer y vomitar, y se ha olvidado de respetar lo que toca. Apropiarse de todo, también de lo sagrado, aunque después lo vomitemos parece un derecho. ¿Quién tendrá el valor de dejarse de hacer el tonto, aunque sufra? (Eso sí, por amor y en humildad y no de soberbia prepotente). Sin hambre de humanidad, humildad y escucha de su palabra Cristo no es más que un recuerdo muerto en su propio pan de vida. Acostumbrase a la pequeñez generosa del pan quizá sea el camino.
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