domingo, 2 de mayo de 2010

Enjugará las lágrimas de sus ojos


JOSÉ ÁLVAREZ ESTEBAN

Tenemos a Jesús donde siempre, con sus discípulos y a las orillas del lago de Genesaret, hablándoles de un rebaño que hay que cuidar y defender, guardar y proteger. Ninguna dificultad hay en retomar la estela del pasado domingo y lo de Jesús a Pedro: «apacienta mis ovejas», «apacienta mis corderos». Jesús se define a sí mismo como el pastor, el buen pastor de las ovejas. Tanto la imagen de la barca del pasado domingo como la del pastor de ahora nos acercan sin querer a la figura del Papa a los cinco años de su pontificado. El Semanario Católico de Información «Alfa y Omega» del pasado 15 de abril dedicaba el número, nada menos que trece artículos, a Benedicto XVI. «Cinco años de entrega y de servicio» era el título en portada; en la última página un artículo titulado «Contra viento y marea». La barca de Pedro sigue capeando temporales. No han sido fáciles estos cinco años, entre otras cosas porque los tiempos y circunstancias tampoco lo son, ni dentro ni fuera del redil, ni en la barca ni fuera de ella, en el bien entendido de que tanto «barca» como «redil» identifican a la Iglesia. Triste aniversario para Benedicto XVI tomado como cabeza de turco, vapuleado por la malevolencia de informadores y Medios para los que lo verdaderamente importante no es la verdad sino los efectos resultantes de decir tal cosa u otra.

He leído y subrayado la Carta Pastoral de Benedicto XVI a los católicos de Irlanda a razón de «los abusos de niños y jóvenes por parte de miembros de la Iglesia». El Papa escribe esta Carta «como un pastor preocupado por el bienestar de todos los hijos de Dios» y se ve dividido entre dos vertientes, los ofensores porque son de casa y los ofendidos en razón serlo. Dureza e inflexibilidad en el tratamiento porque son muchas las cosas que crujen, desde el respeto y consideración de los extraños a la fidelidad de los de dentro. Una Carta Pastoral dura en los términos y en las exigencias, que bien podría resumirse en línea y media: «Admitid abiertamente vuestra culpa, someteos a las exigencias de la justicia, pero no desesperéis de la misericordia de Dios».

No puede el Papa «sacudirse el polvo de los pies» como Pablo y Bernabé al salir de Antioquia de Pisidia. ¿Cómo descolgarse de una Iglesia, la de Irlanda, de una jerarquía, de unos sacerdotes y fieles quien en primera persona ha oído aquello de «apacienta mis ovejas»?, ¿cómo desentenderse de los «perdidos» quien ha recibido el encargo de dejar las noventa y nueve en el redil y salir en busca de la descarriada? En este misterio permanente de pasión y de resurrección al creyente le toca hacerse creíble; Benedicto XVI se sabe a su vez acompañado por la oración de la Iglesia y por una decisión tomada bajo la mirada de ese Dios que «puede enjugar las lágrimas de sus ojos» (Apoc. 7,17).

La Opinión-El Correo de Zamora, 25/04/10.

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