domingo, 2 de mayo de 2010

El logotipo verdadero


AGUSTÍN MONTALVO FERNÁNDEZ

Domingo V de Pascua – Ciclo C

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 31-35)

Cuando una frase se repite mucho corre el riesgo de trivializarse y quedar reducida únicamente a eso, a una frase. Algo de esto le ha ocurrido al mandato nuevo que hoy nos trasmite el evangelio.

Lo hemos oído y dicho tantas veces que ya no nos sorprende ni nos inquieta. Sin embargo es central en el mensaje de Jesús que lo proclama en la hora definitiva de la despedida, cuando no es momento de trivializar, y que lo repite hasta tres veces en su discurso como elemento destacado de su testamento.

Hablar de mandamiento nos sugiere la idea de ley, y ésta es otra fuente de degradación del mensaje. La ley denota obligación mientras que el amor cristiano implica necesidad. El gran exegeta protestante J. Jeremias distingue entre ley y evangelio: «La ley pone al hombre ante sus propias fuerzas y le pide que las use hasta el máximo; el evangelio sitúa al hombre ante el don de Dios y le pide que convierta de verdad ese don inefable en fundamento de su vida». El mandamiento nuevo no es ley, sino evangelio, buena noticia.

El amor que Jesús pide a los suyos es una verdadera novedad. No sólo porque el odio, el egoísmo, la violencia, la indiferencia? son cosas viejas que no regeneran el mundo, más bien lo vuelven caduco, sino que la novedad viene también por el modo de ese amor. Ya los profetas del Antiguo Testamento habían reclamado con exigencia el amor a los extranjeros y hasta a los enemigos, pero Jesús añade «como yo os he amado», ésa es la novedad. Para él el amor no fue una ética a secas, sino una forma de ser que se visibilizó en su vida. El Dios Amor se hizo presencia viva en él de manera patente. Amó a los necesitados compartiendo su suerte, perdonó a los pecadores, animó a los decaídos, curó a los enfermos compadeciéndose de y con ellos, defendió a los débiles exponiéndose a la injusticia de los fuertes, denunció toda injusticia sin ser injusto con nadie. El amor de Jesús tiene siempre la iniciativa, no es respuesta a mérito alguno, fue y es un amor gratuito? hasta la muerte.

Y este amor es el distintivo de quienes quieren ser sus discípulos. Es muy importante para un cristiano mantener la ortodoxia de su fe y manifestarla públicamente en celebraciones litúrgicas o expresiones populares?, pero el marchamo de su denominación de origen será el amor, que se convierte en el contraste de todo lo demás.

Vivir esto parece, y lo es, una utopía, pero no un ensueño ilusorio, porque posee dinamismo suficiente para intentar caminar tras ella. Muchos en la historia ya lo han hecho y nos animan. Si los cristianos nos tomamos esta verdad en serio se irán haciendo reales «los nuevos cielos y la nueva tierra» que hoy también anuncia el Apocalipsis.

La Opinión-El Correo de Zamora, 2/05/10.

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