LUIS SANTAMARÍA DEL RÍO
Domingo III de Adviento – Ciclo C
“Juan exhortaba al pueblo y les anunciaba la Buena Noticia” (Lc 3, 10-18)
Este domingo está marcado por el signo de la alegría. En los textos bíblicos proclamados hoy en la liturgia católica, el profeta Sofonías invita a Jerusalén a regocijarse en el Señor, y san Pablo les dice a los fieles de la ciudad de Filipos que estén siempre alegres en el Señor. Su alegría habrá de ser modesta y pública, a la vez. Nacerá de la oración e irá acompañada de la paz de Dios. Los cristianos estamos llamados a vivir esta alegría, como algo propio y distintivo. Siempre, pero especialmente cuando parece que todo invita al pesimismo. Resulta que san Pablo escribió esto… ¡cuando estaba preso en la cárcel! Y es que la alegría va más allá de las satisfacciones que nos da este mundo. Es posible en el sufrimiento. Es algo que nada ni nadie nos puede quitar, si la tenemos arraigada bien dentro.
Pero la alegría tiene un precio. Muchos acuden a escuchar a Juan el Bautista. Por tres veces le repiten esta pregunta: “¿Qué tenemos que hacer?”. Juan propone tres acciones. En ellas se refleja la voluntad de cambiar de vida, de la conversión. La primera: compartir con el prójimo los propios bienes, descubriendo las necesidades ajenas. La segunda: no pretender de los demás lo que no es justo, es decir, no abusar de ellos, y aceptar como un don gratuito lo que los demás pueden ofrecer. La tercera acción: no hacer extorsión a nadie, renunciar a la violencia, tratar a los demás como hermanos.
El mensaje de Juan el Bautista no se queda en la exhortación, sino que se abre a un anuncio: “Yo os bautizo con agua, pero viene el que puede más que yo”. Juan no es solamente un predicador moral. Para él, la conversión prepara ya el camino del Mesías. Nuestra conversión tiene que darse porque Jesús viene. Y así, nuestra conversión está coloreada por la fe, la esperanza y la caridad. La fe hace que la conversión sea cristiana, no sólo un gesto bonito. La esperanza nos pone mirando hacia Jesús, que es a quien esperamos. La caridad hace que cambie la persona y que quiera cambiar todo lo malo de alrededor. Todo esto, sólo podemos hacerlo con la ayuda de Jesús. El Adviento nos confronta con una pregunta que podemos hacerle cada día, como aquellos hombres del evangelio: “¿Qué tenemos que hacer?”. La alegría (de verdad) y la conversión, dos caras de una misma moneda. La moneda de nuestra felicidad.
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