CRITERIOS
Muchas veces oiremos estos días a un Niño que, cuando le preguntamos cantando de quién es, nos responde: “Soy amor en el pesebre y sufrimiento en la cruz”. El villancico refleja de forma popular una verdad central de la fe cristiana: tan abajo ha llegado Dios por amor a los hombres, que ha nacido como el más miserable de nosotros. Y lo que empezó en el lugar donde come el ganado, terminará en el patíbulo de la condena a los proscritos, para llegar así a la glorificación. A ese extremo ha llegado la misericordia entrañable de Dios. Tanto ha amado Dios al mundo. Pero este mundo a veces rechaza a Dios, y bajo el peso del pecado vuelve la cabeza al ver al Crucificado, porque no quiere ponerse frente al que interpela nuestra vida. ¡Cuánto amor de verdad clavado en un madero, y qué pobreza de corazón la del espectador! La polémica en torno a los crucifijos, además de otras muchas implicaciones, ha de servirnos a los creyentes, al menos, para hacer dos cosas. La primera: preguntarnos qué responsabilidad (o culpa) podemos tener en esa reacción que algunos han llamado “cristofobia”. ¿No tendrán algunos razones fundadas para asociar la cruz con el odio y la violencia? La segunda: tomar conciencia de que, si arrancan los símbolos del cristianismo, a nosotros nos toca una parte mayor de testimonio. Como ha dicho ya algún obispo español, debemos ser “crucifijos vivientes”. Una y otra son buenos deberes para estos días. Y que, al poner el belén o al contemplarlo, y al felicitar a nuestra gente esta fiesta, lo hagamos conscientes de ser testigos del que nació en el pesebre y murió en la cruz. El misterio de la Navidad nos empuja a encarnarnos más en este mundo.
Iglesia en Zamora nº 87 (20/12/09).
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