martes, 18 de octubre de 2011

Dios y el César


AGUSTÍN MONTALVO FERNÁNDEZ

Domingo XXIX del tiempo ordinario – Ciclo A

“Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mat 22, 15-21)

Una vez más el evangelio nos sitúa ante la relación entre la fe y lo temporal, tema espinoso en el que no resulta fácil ponerse de acuerdo. No han faltado ni faltan quienes creen que es la autoridad política quien ha de regular todos los ámbitos de la vida de los ciudadanos, ni faltan césares que se han creído y se creen dioses. Abundan también los partidarios de la teocracia, afirmando que son los códigos religiosos los que han de guiar incluso la vida social y política de los pueblos (países enteros la siguen practicando). Y son muchos quienes apoyados en la frase evangélica defienden una radical separación entre la fe y lo temporal como dos realidades paralelas, reduciendo lo religioso al ámbito de lo privado y recluyéndolo en los templos o en las sacristías.

Es ésta una manipulación del pensamiento de Jesús, sacando una frase del contexto del relato y de todo el evangelio. El que dijo «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia» está diciendo a quienes le preguntan sobre el impuesto de Roma que hay que saber poner a Dios en el lugar que le corresponde como Dios, y al César en el que también le compete como autoridad sobre hombres que pertenecen a Dios porque son sus hijos, en modo alguno quiere situar al mismo nivel a ambos acreedores.

El concilio Vaticano II trató de ofrecer luz sobre este tema cuando habla de la «justa autonomía de la realidad terrena». Cuando por ella se entiende «que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar paulatinamente es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía». Pero si quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que el hombre puede usarla sin referencia al Creador o contra él, esto no lo podrá aceptar ningún creyente de cualquier religión.

Esto no significa que los creyentes no estén sometidos a las leyes civiles, o puedan desentenderse de la marcha de este mundo. Al contrario, la fe los obliga a comprometerse activamente en su desarrollo. San Pablo manda en algunas de sus cartas a los cristianos obedecer a las autoridades legítimas, y los apóstoles ante los tribunales afirman que «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Las leyes civiles son de obligado cumplimiento para todos, pero estas leyes plantean graves problemas de conciencia cuando ofenden la dignidad de hijos de Dios, cuyo rostro está impreso no en una moneda, sino en las personas. Esto sucede cuando no respetan la vida, la dignidad, la libertad religiosa o de pensamiento, cuando convierten a los seres humanos en mercancía o en objeto… Entonces tendremos que aplicar, adaptado con las debidas matizaciones, lo que bellamente expresa Calderón por boca de Pedro Crespo, el alcalde de Zalamea: «Al Rey, la hacienda y la vida se han de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma solo es de Dios».

La Opinión-El Correo de Zamora, 16/10/11.

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