domingo, 27 de marzo de 2011

Agua que sacia


AGUSTÍN MONTALVO FERNÁNDEZ

Domingo III de Cuaresma – Ciclo A

“El que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed” (Jn 4, 5-42)

A la hora de ponerme a redactar el comentario de este domingo me ha costado decantarme por un aspecto concreto, ante la riqueza de temas que ofrece el precioso relato de la samaritana que presenta el evangelio de hoy. Por eso animo a releerlo con calma y con fe. Al final me he decidido por el más obvio, el que se presentaba a los catecúmenos en las últimas catequesis previas a su bautismo, y el que se nos ofrece a nosotros antes de la renovación bautismal en la próxima Pascua: Jesús es el agua viva, la respuesta definitiva de sentido a las aspiraciones más profundas del ser humano.

Es un tema siempre interesante, pero que en este momento adquiere especial actualidad. Hay en los hombres y mujeres una sed innata de ser más, de llegar más arriba en todas sus capacidades, y esta sed es motor de búsqueda para lograrlo. Sin duda el mundo ha conseguido elevadas cotas en muchos ámbitos del saber, de la sanidad, de la tecnología, de la economía, etc. Pero la experiencia le muestra tozudamente que esos logros no le han dado la felicidad ni el sentido último de la vida. El mapa del hambre no se reduce, ni las guerras han perdido virulencia, ni podemos detener las catástrofes naturales, las nuevas energías que el hombre ha puesto en funcionamiento escapan muchas veces a su control, la crisis económica hace tambalearse a las economías potentes y hundirse a las frágiles.

Todo esto genera una situación de desencanto, de desconfianza y hasta de impotencia, signo de las esperanzas insatisfechas, que llega al ámbito de la política, de lo social e incluso de lo religioso cuando no está correctamente orientado. Y surgen amenazantes el miedo al futuro y la añoranza de la seguridad (¿) del pasado.

Jesús de Nazaret, el que anuncia a la samaritana insatisfecha un agua que brota hasta la vida eterna, se presenta hoy como la respuesta definitiva a la búsqueda de los últimos por qué y para qué, la esperanza ante el desencanto y la frustración, el agua definitiva por la que quien la beba no volverá a tener sed.

¿Quiere esto decir que no merecen la pena los esfuerzos por el desarrollo? De ninguna manera; el «trabajad la tierra y sometedla» del principio significa la bendición divina que promueve y dignifica esos esfuerzos. Pero el hombre debe saber que él no puede, como un nuevo Adán o Prometeo, pretender ser como Dios. El Señor y los valores de fraternidad, de paz, de amor… que encarna la nueva vida que él ofrece son el agua viva que fecunda y que hace verdaderamente humano todo esfuerzo por el desarrollo y toda conquista social, económica o tecnológica.

La Opinión-El Correo de Zamora, 27/03/11.

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