domingo, 27 de marzo de 2011

Lento caminar que construye


JOSÉ ÁLVAREZ ESTEBAN

Este espacio dominical va oscilando a un lado y a otro de ese fiel de balanza que es el Evangelio de cada domingo. Hacia la izquierda las ya superadas fechas de San José y de la Anunciación con el añadido del Día del Seminario y de la Jornada por la vida; adelante y a la derecha la ya inevitable Semana Santa, final y meta con sus más y sus menos, con sus excesos y reticencias, con las incidencias e incidentes que acostumbramos los zamoranos. Busco documentación y cae en mis manos un cuadernillo, que acompaña al CD «Logos, música para el Evangelio de San Juan» del compositor florentino Daniele Gazella (1961). «La lectura de los Evangelios y de los textos de Juan, dice, es un acto tan comprometido y profundo que no requiere ninguna ayuda. La fuerza evocativa de los textos se basta por sí misma para cursar la invitación a emprender el mismo viaje de Jesús y buscar en sus diversas etapas las huellas de un posible recorrido personal».

De camino y cansado llegaba Jesús a Samaría, al pozo de Sicar, y allí mismo se detiene también el creyente porque estos Evangelios de los domingos de Cuaresma guían a un encuentro especialmente intenso con el Señor. Cinco etapas marcan el camino hacia Jerusalén, ésta la tercera, y en ellas se suceden una serie de momentos sobresalientes en los que el creyente buscará, y seguramente encontrará, razones para el acercamiento. Recuerdo esas etapas: Somos hijos de Dios y nuestro organismo se resiente si se lo alimenta de solo pan. Siempre hay un brocal en el que sentarse a escuchar a Jesús y dejarse leer la vida y un monte al que subir para contemplar, desde el silencio y la soledad, el rostro resplandeciente de Dios. Vamos por la vida de ciegos y necesitamos que se nos abran los ojos. Estamos enfermos, pero no de muerte.

Esta escena de Jesús con la Samaritana traslada y acompaña al lector a uno de los momentos más fascinantes que un texto haya ofrecido nunca al ser humano. Todos buscamos luz en el pozo oscuro, en lo más hondo de la vida, y Jesús viene dispuesto a llegar hasta el fondo, a tirarse, cubo y todo, para dejar allá dentro una luz que nos permita leer nuestro interior, descubrir nuestros vacíos y orientarnos a Dios. Allí, en Sicar, se construye serenamente una relación del todo singular entre Jesús y la Samaritana, reflejo de una lenta restauración que mira tanto a la vida sentimental del creyente como a las formas de su encuentro con Dios.

La Opinión-El Correo de Zamora, 27/03/11.

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