AGUSTÍN MONTALVO FERNÁNDEZ
Domingo XXI del Tiempo Ordinario – Ciclo C
“No sé quiénes sois” (Lc 13, 22-30)
No es infrecuente que algunos de los que se acercan a las parroquias, generalmente desconocidos o muy ocasionales, para solicitar algún servicio suelan aducir como apoyo añadido sus parentescos religiosos: «mis padres siempre han sido muy de esta parroquia», «tuve un tío cura», «pregunte por cómo es mi familia», «yo fui monaguillo con don Fulano»... Podríamos hablar de «cristianos por afinidad»Existen también los que llamaríamos «cristianos de práctica ritual»: esporádica (sacramentos de iniciación, boda, algún funeral…) o más o menos habitual, pero sin que ello suponga una exigencia de vida evangélica.
A unos y otros podríamos aplicar las duras palabras que en el evangelio de hoy dirige Jesús a sus paisanos que creían tener resuelto su futuro eterno por el hecho de ser hijos de Abraham o el de haber coexistido con el Maestro, «Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas. Pero él os replicará: no sé quiénes sois». Nos desconciertan estas palabras de Jesús, somos pocos y nos trata con dureza a quienes creemos haber estado con él toda la vida.
Muchos cristianos pensamos que vivimos dentro de la Iglesia convencidos de que éste es el camino fácil que conduce a la salvación, pero el evangelio habla de la necesidad de entrar por la puerta estrecha de la conversión personal. La Iglesia, los sacramentos, las prácticas religiosas, etc., necesarios sin duda, no son el billete directo para salvarse si no son expresión de una adhesión auténtica a la persona de Jesús y su evangelio, y si no se traducen en una fe viva y responsable en la vida diaria.
Nos duele con razón el progresivo vaciamiento de los templos, nos asusta la ausencia de vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada, nos preocupa la insignificancia de la fe en nuestra sociedad?, pero tal vez sea más grave la falta de garra en quienes decimos seguir al Señor, nuestro cristianismo cómodo, nuestra rutinaria práctica, nuestra vida carente de significatividad para «los de fuera», el hacer «barata» (en palabras del teólogo mártir Bonhöffer) la gracia, que es «cara» porque necesita pasar por la puerta estrecha. Aquí está el verdadero problema, ante el que es irrelevante adelantar o retrasar un par de años la primera comunión o la confirmación.
«Id por el mundo y predicad el evangelio», dice Jesús, que abre su puerta a todos sin etiquetas de raza, familia o hábito. El testimonio de una vida coherente, comprometida con la realidad, alegre y en la cercanía del Señor, sin «rebajas» acomodaticias será el mejor anuncio de lo hermoso que es creer… aunque sea costoso.
La Opinión-El Correo de Zamora, 22/08/10.
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