JESÚS GÓMEZ
Domingo III del tiempo ordinario – Ciclo A
“Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres” (Mateo 4, 12-23)
Alrededor del año 50 llegó S. Pablo a Corinto, alicaído y temblando de miedo; no obstante, creó una comunidad cristiana. A la vuelta de un par de años dejó la ciudad y a la ciudad llegó Apolo, judío muy elocuente y muy versado en la Escritura. Con la gracia de Dios contribuyó en gran manera al provecho de los creyentes. El contraste tan marcado entre estos dos personajes provocó un enfrentamiento entre los admiradores de Apolo y los de Pablo. Cuando S. Pablo se enteró, su primera reacción fue agresiva: ¿Está dividido Cristo? Un convencimiento que le llega al fondo del alma: un solo Cristo, un solo Cuerpo de Cristo, una sola Iglesia. Iglesia dividida, Cristo desgarrado, descuartizado.
Las divisiones de hoy en el mundo cristiano son incomparablemente más graves que los enfrentamientos de Corinto. Somos nosotros, los cristianos, un obstáculo para que el mundo crea. Lo decía el Vaticano II: «En la génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado el genuino rostro de Dios». Nuestro incrédulo mundo occidental, dejado ahora de la mano de Dios, seguirá de espaldas a Dios, mientras los cristianos no alcancemos la unidad en la fe, esperanza y caridad que Jesús, antes de morir, pidió para quienes creerían en él a lo largo de la historia.
En tiempos pasados y circunstancialmente en tiempos presentes la mutua interacción entre la sociedad civil y la religiosa influyó en las divisiones y sigue dificultando la unión. En las sociedades secularizadas los cristianos nos movemos con total independencia y se facilita la unión. Los encuentros entre los teólogos de las distintas confesiones, la oración de los creyentes van minando obstáculos a la unidad. Antes de orar por la unidad de los creyentes oró Jesús por la unidad de los obispos. Ellos, con los fieles a ellos encomendados, son factor imprescindible. Lo demuestra la concordia entre obispos anglicanos y católicos. Por lo que a nosotros católicos se refiere, quien aún es insensible y extraño a la urgencia de orar por la unidad en la fe de los creyentes, ni ha asimilado plenamente el Espíritu de Cristo ni se ha incorporado del Vaticano II.
El reinado de Dios se nos ha echado encima, afirma Jesucristo. Urge, pues, volver, darse media vuelta. ¡Volveos!, exclamación que recorre toda la predicación de los profetas y de Jesús. Dios no es indiferente al comportamiento humano. O nos volvemos o, como él dice, me volveré yo «y nos veremos las caras».
¡Padre! -suplicaba Jesús- «te ruego por aquellos que creen en mí, para que sean uno como nosotros (somos) uno, para que conozca el mundo que tú me enviaste y los amaste a ellos como me amaste a mí». Asumir como propia esta oración durante este octavario de oración universal por la unidad de los cristianos y siempre es constitutivo de la vida cristiana.
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