NARCISO-JESÚS LORENZO
Domingo IV de Pascua – Ciclo C
“Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27-30)
Este IV Domingo de Pascua es conocido como «Domingo del Buen Pastor». Una imagen, la del pastor, de la que nuestra cultura urbana está cada día más distante, pero de la que cada individuo está, también, cada día más necesitado. No sabemos ya casi qué es un pastor, ni una oveja o un cordero, pero el contenido de estas palabras de Jesús todos lo pueden entender: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna». Si leemos los evangelios seguidos y si lo hiciéramos habitualmente, comprenderíamos lo que esto significa. Jesús, entonces y ahora, se dirige a todos, aunque no todos le escuchan, unos porque «andan a lo suyo» y otros porque no pueden soportar ni oír hablar de él. Como entonces, se repite la advertencia recogida en los Hechos de los Apóstoles: «¿No os habíamos prohibido hablar en nombre de ése?». Pero a los que le escuchan y creen en él, como dice el prólogo del evangelio de san Juan, «les da el poder ser hijos de Dios».
La voz del Señor se proclama de muchas maneras, pero sobre todo para la mayoría, en la liturgia. Y pide hacer realidad aquello de «voy a oír Misa». Sí, sí. Esta expresión tan denostada dentro, dice mucho. Es necesario acudir a la Eucaristía con la intención de oír. «Mis ovejas escucharán mi voz». Si un cristiano no oye la voz de Jesús, no siente que el Señor se dirige a él, irá a misa por un tiempo y dejará de hacerlo a la menor oportunidad. Como María en el huerto del sepulcro también nosotros, en medio de la confusión, de las dudas, de nuestra vida más o menos complicada, podemos oír al Señor que nos llama por nuestro nombre. Nuestra respuesta, mientras nos quede fe, debería ser la de aquel muchacho llamado Samuel: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». A lo que el Señor contestará: Yo te conozco. Son muchos los episodios de la Biblia en que oímos decir a Dios o a Cristo: «Yo te conozco» y en los que descubrimos que conocer significa algo más que «saber de alguien». Entre nosotros, muchas veces, quiere decir sospechar de alguien. Para Dios significa sobre todo: te quiero, y en el evangelio de este domingo: «Yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano».
A nuestra cultura le es difícil aceptar estas palabras de Jesús, a muchos nos puede pasar que reaccionemos diciendo como aquella mujer de Samaria: ¿Cómo te atreves a meterte en mi vida? Pero desgraciadamente está más que comprobado que a la autosuficiencia le acompaña un gran vacío existencial. Y, en medio de todo esto, se presenta el Resucitado, que vencedor de la muerte sí que puede ser el Buen Pastor para ocuparse de todos y del que nosotros decimos a los que quieran escuchar: «El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas la edades».
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