Lo que para los medios de comunicación es portada de un día o unas semanas para la Iglesia es prioridad de todo el año. No tenemos más que mirar el heroísmo anónimo de tantos misioneros, sacerdotes, religiosas y laicos de organizaciones como Cáritas o Manos Unidas. Todos ellos son los mejores hijos de la Iglesia que, pase lo que pase, perseveran aliviando el dolor y el sufrimiento de muchos niños y adultos, en los rincones más ocultos e insospechados de la tierra. Por otra parte dicen que "el miedo es libre" y que "el instinto de supervivencia lo llevamos en los genes". Quizá por eso mientras unos están firmes al pié de la cruz otros que no tienen al Crucificado como motor de sus vidas levantan el vuelo en cuanto llega una guerra, un terremoto, un huracán o una inundación que sume en el caos y en la miseria a un determinado país. No seré yo quien me atreva a juzgar esas conciencias y buen hacer; al contrario, no dudo que Dios les premiará su entrega gratuita.
Ahora bien, uno se pregunta a menudo cuántos Haitíes son necesarios para que mandatarios y mandados tomemos un rumbo distinto en la nave de nuestra historia. Parece que cada año tuviera que producirse una gran catástrofe como la del pasado 12 de enero para que nuestras conciencias se muevan en una gran oleada internacional de solidaridad con los afectados. Dentro de poco empezaremos a caer en el letargo que nos produce el silenciamiento de los medios hasta que nos vuelvan a despertar con otras noticas de este u otro tipo. Sin embargo sabemos que, aunque dichos medios no nos lo cuenten, las personas siguen sufriendo y muriendo porque el abundante chorro inicial de generosidad se ha vuelto a convertir en poco más que un goteo semejante al existente antes de producirse la tragedia.
Por eso va siendo hora de no conformarnos con parchear las situaciones marginales de nuestra sociedad, sino de solucionarlas de raíz. Eso es lo que propone Manos Unidas con el lema de cada año. "Contra el hambre, defiende la tierra"; éste es el que ha elegido para la actual Campaña. Gregorio Martínez, el Obispo, y Pilar Pilo, la Delegada de Manos Unidas de Zamora, lo han dicho claramente: la creciente crisis ecológica que estamos causando irresponsablemente está vulnerando el derecho a la vida, la alimentación, la salud y el desarrollo de millones de personas. Cada vez son más los científicos reconocidos que, desde hace muchos años, vienen hablando de la "nueva ética" que ha de alumbrar esa crisis ecológica y que ha de anteponer la felicidad colectiva sobre la individual. Es la apuesta laica por una auténtica "conversión ecológica" de la que surja un comportamiento altruista, un amor a escala global como solución a los problemas del mundo.
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